INVENTORES ESPAÑOLES QUE CAMBIARON EL MUNDO, OLVIDADOS POR LA HISTORIA

Para Ramón Silvestre Verea (1833-1899), el hecho de haber creado una de las primeras calculadoras modernas del mundo fue apenas uno más del amplio surtido de trabajos que ejerció a lo largo de su vida. De hecho, la hazaña no tuvo el eco que merecía por decisión del propio inventor, que desoyó las ofertas de compra que le llegaron desde EE.UU. por su creación .Verea construyó una máquina capaz de realizar multiplicaciones de forma directa, un avance que dejó obsoletas a las calculadoras de la época.

El aparato del inventor español comenzó a gestarse en Nueva York, en donde trabajaba como periodista. Él mismo se formó por su cuenta en ingeniería y mecánica, estudios que culminó en 1878 con la creación de su gran obra.

La calculadora de Ramón Verea, fabricada con hierro y acerco, pesaba 22 kilogramos. Estaba formada por un cilindro metálico de diez lados, cada uno de los cuales tenía una columna de agujeros con otros diez diámetros diferentes. Su funcionamiento se asemejaba al sistema Braille de los ciegos. Con un solo movimiento de manija, se conseguían realizar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones.

Antes de la llegada de Verea, la capacidad de las máquinas de cálculo se limitaba a las sumas, por lo que, para lograr hacer una multiplicación, se precisaba de varias maniobras. El escritor Manuel Lozano Leyva describió el rudimentario funcionamiento de dichas calculadoras en su libro «El gran Mónico»:

«Si se quería multiplicar 32 por 56, se disponían los cilindros de la máquina en el 32, se le daba seis veces a la manija; después se daba a la manija para atrás (o a otra para adelante), añadiéndole así un cero al 32, y luego cinco veces para delante para sumar cinco veces 320».

Verea, de procedencia pontevedresa, nunca estuvo interesado en comercializar con la calculadora, a pesar de que fue muy aclamada en el continente americano. De hecho, su rapidez a la hora de realizar los cálculos –menos de 20 segundos– y su innovador sistema de cilindros le sirvieron para aparecer en la revista Scientific American y para ganar una medalla en la Exposición Mundial de Inventos de Cuba en 1878.

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