La Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo ha distinguido con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología a los investigadores Harvey J. Alter (EEUU), Michael Houghton (Reino Unido) y Charles M. Rice (EEUU) por sus aportaciones al descubrimiento del virus de la hepatitis C. El jurado ha subrayado la "contribución decisiva" que estos científicos han hecho para combatir un patógeno que es capaz de provocar enfermedades como la cirrosis o el cáncer de hígado.
Alter, Houghton y Rice hicieron posible la identificación del virus, contra el que ya se han desarrollado fármacos efectivos. Los tres habían recibido previamente otro prestigioso galardón, el Premio Albert Lasker de Investigación Médica.
La hepatitis C afecta cada año a unos 70 millones de personas y provoca 400.000 muertes, a las que habría que añadir los decesos provocados por otras enfermedades hepáticas, como el cáncer de hígado o la cirrosis. El hallazgo del virus responsable de esta enfermedad se tradujo en nuevos tratamientos que han salvado en el mundo millones de vidas.
Tras la identificación de los subtipos A (transmitido por consumir alimentos contaminados) y B (que se transmite a través de la sangre y los fluidos corporales), los científicos seguían sin poder explicar un porcentaje considerable de casos de hepatitis crónica, que provocaba importantes problemas de salud. Tenía que haber otra cosa, otro agente desencadenante que aún no se había podido descifrar.
Con esa idea en la cabeza trabajaba Harvey J. Alter que, a finales de los años 70 investigaba en los Institutos Nacionales de Salud de EEUU la incidencia de casos de hepatitis en personas que habían recibido una transfusión sanguínea. Hacía poco tiempo que los test para detectar el virus de la hepatitis A y B estaban disponibles, pero en muchos casos, esas pruebas seguían dejando sin explicación la existencia de la enfermedad.
Preocupado por la transmisión de la hepatitis a través de las transfusiones sanguíneas, Alter profundizó sus estudios y pudo demostrar que si se transfundía sangre de un afectado a chimpancés, los animales también desarrollaban la enfermedad. La causa, demostraron posteriormente los estudios, era un agente infeccioso con las características de un virus. Sin más datos a los que agarrarse, al principio la enfermedad recibió el nombre de 'hepatitis no A y no B'.
Fue Michael Houghton, quien asumió la tarea de aislar la secuencia genética del virus. Como si de armar un puzle se tratara, su equipo fue recopilando fragmentos de ADN hallados en la sangre de chimpancés infectados y estudiando anticuerpos en muestras de sangre de pacientes afectados. Gracias a un pormenorizado trabajo, finalmente pudieron identificar a un virus del género Flavivirus que recibió el nombre de virus de la hepatitis C. Era 1989. Finalmente, el estudio de anticuerpos en pacientes de hepatitis crónica cuyo origen no se había podido determinar demostró que aquel era el agente que llevaban tanto tiempo buscando.
El descubrimiento de este virus fue determinante, pero los científicos todavía tenían una pregunta por responder: ¿podría el virus por sí solo causar la enfermedad? Para responder a esta pregunta, los investigadores tuvieron que determinar si aquel agente infeccioso clonado era capaz de replicarse y ser nocivo. Charles M. Rice, investigador de la Universidad de Washington en San Luis, encontró una región previamente no caracterizada en el extremo del genoma del virus de la hepatitis C que sospechaba podría ser importante para su replicación.
Alter, Houghton y Rice hicieron posible la identificación del virus, contra el que ya se han desarrollado fármacos efectivos. Los tres habían recibido previamente otro prestigioso galardón, el Premio Albert Lasker de Investigación Médica.
Con esa idea en la cabeza trabajaba Harvey J. Alter que, a finales de los años 70 investigaba en los Institutos Nacionales de Salud de EEUU la incidencia de casos de hepatitis en personas que habían recibido una transfusión sanguínea. Hacía poco tiempo que los test para detectar el virus de la hepatitis A y B estaban disponibles, pero en muchos casos, esas pruebas seguían dejando sin explicación la existencia de la enfermedad.
Preocupado por la transmisión de la hepatitis a través de las transfusiones sanguíneas, Alter profundizó sus estudios y pudo demostrar que si se transfundía sangre de un afectado a chimpancés, los animales también desarrollaban la enfermedad. La causa, demostraron posteriormente los estudios, era un agente infeccioso con las características de un virus. Sin más datos a los que agarrarse, al principio la enfermedad recibió el nombre de 'hepatitis no A y no B'.
Fue Michael Houghton, quien asumió la tarea de aislar la secuencia genética del virus. Como si de armar un puzle se tratara, su equipo fue recopilando fragmentos de ADN hallados en la sangre de chimpancés infectados y estudiando anticuerpos en muestras de sangre de pacientes afectados. Gracias a un pormenorizado trabajo, finalmente pudieron identificar a un virus del género Flavivirus que recibió el nombre de virus de la hepatitis C. Era 1989. Finalmente, el estudio de anticuerpos en pacientes de hepatitis crónica cuyo origen no se había podido determinar demostró que aquel era el agente que llevaban tanto tiempo buscando.
Además, observó variaciones genéticas en muestras de virus aisladas y planteó la hipótesis de que algunas de ellas podrían dificultar que el agente infeccioso se replicase. A través de la ingeniería genética, generó una variante de ARN del virus de la Hepatitis C que incluía la región recién identificada del genoma viral y que carecía de las variaciones genéticas que lo inactivan. Cuando se inyectó este ARN en el hígado de chimpancés, se detectó virus en la sangre y se observaron cambios patológicos similares a los observados en humanos que habían desarrollado esta enfermedad crónica. Esta fue la prueba final de que el virus de la hepatitis C por sí solo podría causar los casos inexplicables de hepatitis mediada por transfusiones.
Fuentes: El Mundo, National Geographic
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