Las temperaturas de 1,8 grados centígrados bajo cero deberían ser lo bastante frías como para congelar a cualquier pez, ya que el punto de congelación de la sangre de estos animales es de alrededor de 0,9 grados centígrados bajo cero. El enigma de cómo los peces antárticos son capaces de seguir moviéndose sometidos a estas temperaturas tan gélidas ha intrigado desde hace mucho tiempo a la comunidad científica.
Hace tanto como 50 años, se descubrió en estos peces la presencia de proteínas especiales anticongelantes, capaces de protegerles de la congelación de la sangre. Estas proteínas anticongelantes funcionan mejor que cualquier anticongelante doméstico. Sin embargo, hasta ahora ha estado poco claro cómo actúan dentro de los peces.
Con la cooperación de expertos de Estados Unidos, el equipo de la profesora Martina Havenith de la Universidad del Ruhr en Bochum, Alemania, usó una técnica especial de espectroscopia para desentrañar el mecanismo subyacente.
Gracias a esta técnica, es posible grabar el movimiento colectivo de las moléculas de agua y proteínas.
Valiéndose de ello, el equipo ha sido capaz de demostrar que las moléculas de agua se mueven de un modo especial, más ordenado, en presencia de estas proteínas.
La investigación actual se centró en las glicoproteínas anticongelantes del pez antártico Dissostichus mawsoni, que uno de los colaboradores estadounidenses, Arthur L. Devries, había pescado él mismo en una expedición antártica. Él y su equipo ya se dieron cuenta de que la proteína tiene un importante efecto sobre las moléculas de agua a su alrededor, hasta una distancia considerablemente grande.
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