La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación.
Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas - Lynn Margulis (1)
La pregunta que abre este artículo no expresa una duda sino que encierra una afirmación: somos cooperadores. Se trata de averiguar sus fundamentos.
Y parecería más lógico, dado el mundo en que estamos viviendo, hacerse otras preguntas más coherentes con ese mundo, como por ejemplo ¿es la competencia la clave de la existencia?, o ¿somos realmente egoístas por naturaleza?, o alguna otra de este tenor.
La talentosa microbióloga Lynn Margulis, con la que nos hemos auxiliado para abrir este trabajo, nos propone una respuesta general para la vida basada en la cooperación y en la asociación. No estamos solos en este empeño.
En realidad todo esto no es muy novedoso. Ya Kropopkin (2) nos anticipaba que en la naturaleza, además de la lucha mutua, “se observa al mismo tiempo, en las mismas proporciones, o tal vez mayores, el apoyo mutuo, la ayuda mutua, (…) de manera que se puede reconocer la sociabilidad como el factor principal de la evolución progresiva”. En la actualidad, el psicobiólogo Michael Tomasello (3) se expresa con igual contundencia: “Los Homo sapiens están adaptados para actuar y pensar cooperativamente en grupos culturales hasta un grado desconocido en otras especies”.
¿Cómo se compagina esto con la ideología dominante en la ciencia evolutiva adherida a la “supervivencia del más fuerte”, al “gen egoísta” o “la naturaleza roja en diente y garra” de Tennyson (4)? ¿Y cómo se compadece con un sistema económico dominante en países industrializados, en el que rige la competitividad y la máxima ganancia como faros que guían su actividad? Éstas son unas de las grandes contradicciones de nuestro tiempo.
Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas - Lynn Margulis (1)
La pregunta que abre este artículo no expresa una duda sino que encierra una afirmación: somos cooperadores. Se trata de averiguar sus fundamentos.
Y parecería más lógico, dado el mundo en que estamos viviendo, hacerse otras preguntas más coherentes con ese mundo, como por ejemplo ¿es la competencia la clave de la existencia?, o ¿somos realmente egoístas por naturaleza?, o alguna otra de este tenor.
La talentosa microbióloga Lynn Margulis, con la que nos hemos auxiliado para abrir este trabajo, nos propone una respuesta general para la vida basada en la cooperación y en la asociación. No estamos solos en este empeño.
En realidad todo esto no es muy novedoso. Ya Kropopkin (2) nos anticipaba que en la naturaleza, además de la lucha mutua, “se observa al mismo tiempo, en las mismas proporciones, o tal vez mayores, el apoyo mutuo, la ayuda mutua, (…) de manera que se puede reconocer la sociabilidad como el factor principal de la evolución progresiva”. En la actualidad, el psicobiólogo Michael Tomasello (3) se expresa con igual contundencia: “Los Homo sapiens están adaptados para actuar y pensar cooperativamente en grupos culturales hasta un grado desconocido en otras especies”.
¿Cómo se compagina esto con la ideología dominante en la ciencia evolutiva adherida a la “supervivencia del más fuerte”, al “gen egoísta” o “la naturaleza roja en diente y garra” de Tennyson (4)? ¿Y cómo se compadece con un sistema económico dominante en países industrializados, en el que rige la competitividad y la máxima ganancia como faros que guían su actividad? Éstas son unas de las grandes contradicciones de nuestro tiempo.
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