Después de que por mucho tiempo se pensó que la luz viajaba
infinitamente rápido, astrónomos del siglo XVII comprobaron que aunque su
velocidad era muy alta, también era finita.
Notaron que las lunas de Júpiter parecían moverse más
lentamente cuando la Tierra estaba más lejos del planeta y dedujeron que debía
ser debido a la diferencia en el tiempo que tenía que viajar la luz desde las
lunas.
La velocidad de la luz fue estimada entonces como más de
200.000 kilómetros por segundo, tan alta que dificultaba medidas precisas. No
fue sino hasta el XIX que los físicos dieron con las técnicas de laboratorio
apropiadas para medir la velocidad de la luz.
Durante muchos años tuvieron que valerse del hecho de que la
velocidad de la luz puede ser calculada a través de las mediciones de otras
propiedades.
Por ejemplo, si se sabe cuál es la frecuencia de la luz,
entonces se puede estimar su velocidad con las medidas de su longitud de onda,
lo que se puede hacer con mucha precisión usando una técnica relativamente
simple conocida como interferometría.
No obstante, ya para los años ’60 los científicos podían
usar unos relojes atómicos increíblemente precisos para medir el tiempo del
viaje de los rayos láser.
Los científicos han logrado medir la velocidad de la luz con
tal precisión que ya no se mide sino que se define exactamente como 299.792.458
m por segundo.
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