Se trata de una variante del gen del receptor de la dopamina, el neurotransmisor del placer, que facilita la transmisión de señales relacionadas con la atención y la recompensa entre las neuronas. En conceto, el alelo DRD4 7R del que habla la investigación incrementa la capacidad de reacción a lo que nos rodea, y quienes lo llevan incorporado en su genoma se sienten más motivados para desarrollar actividades físicas, intelectuales, sociales… Aunque también está ligado a comportamientos adictivos, peligrosos e incluso temerarios. “Si bien la variante genética que hemos identificado no prolonga directamente la vida, está asociada a rasgos de la personalidad que contribuyen a llevar una vida más sana y larga: al fin y al cabo, está demostrado que cuanto más participamos en actividades sociales y actividades físicas más tiempo solemos vivir”, apunta Robert Moyzis, bioquímico y coautor del estudio.
Los resultados se basan en muestras genéticas de más de trescientos ancianos con más de 90 años de edad (nonagenarios) que participaron en el 90+ Study, una iniciativa puesta en marcha en 2003 en Estados Unidos para identificar qué factores contribuyen a que ciertos seres humanos puedan alcanzar una “longevidad extrema”.
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