Las proteínas son las encargadas de llevar a cabo la gran mayoría de las funciones de una célula. Pero como no todas las potenciales funciones deben ejercerse en todo momento, no todas las potenciales proteínas que puede producir una célula estarán presentes en un instante dado. Por lo tanto, la producción y destrucción de estas moléculas es un fenómeno sumamente regulado y, a pesar de atentar contra la intuición, la célula invierte mucha energía no sólo en producir proteínas sino también en degradarlas.
Una de las maneras de hacerlo es “marcar” la molécula con el agregado de otra, muy pequeña, llamada ubiquitina. Esta incorporación funciona, entre otras cosas, como “guía” y conduce a la proteína blanco a su destino final: la destrucción.
Para poner en contexto su importancia, la desregulación de este proceso de “marcado” o ubiquitinación y posterior degradación está asociada a diferentes enfermedades oncológicas, desórdenes neurodegenerativos, anemia de Fanconi o infecciones virales. Es por ello que la maquinaria de “marcado” con ubiquitina es blanco de diversos estudios clínicos para el desarrollo de fármacos.
En situaciones normales, cuando la célula se enfrenta a un determinado estímulo hay que destruir ciertas proteínas y producir otras; y las maquinarias que se encargan de esto son el proteasoma y el ribosoma, respectivamente.
Tanto el hallazgo del mecanismo de acción de la ubiquitina como del ribosoma llevaron a sus descubridores al Nobel: el de Química edición 2004 para los Dres. Ciechanover, Rose y Hershko por la ubiquitina, y el mismo en 2009 para los Dres Ramakrishnan, Steitz y Yonath, por su descripción del ribosoma. En ambos casos, los aportes sirvieron como base para el tratamiento de diversas enfermedades.
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