“La situación
actual de la investigación en envejecimiento se parece mucho a la del
cáncer en décadas pasadas”, afirman los expertos. “En el campo del
envejecimiento era notorio que había más teorías que evidencias
experimentales”, dice Blasco, y añade: “Esta revisión no habla de
teorías, sino de evidencias moleculares y genéticas”.
Así, los autores Maria Blasco y Manuel Serrano (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, CNIO); Carlos López-Otín (Universidad de Oviedo); Linda Partridge (Instituto Max Planck para la Biología del Envejecimiento) y Guido Kroemer (Universidad de París Descartes) llegaron a la conclusión de que era necesario un análisis y decidieron compartir esfuerzos para abordar el proyecto.
Para
López-Otín, “había llegado el momento de presentar de manera organizada y
comprensible las claves moleculares de un proceso todavía muy
incomprendido, pese a los miles de artículos científicos publicados cada
año sobre él”.
Uno de los resultados de esta revisión es que
entendiendo y combatiendo el envejecimiento se lucha también contra el
cáncer y las demás enfermedades de mayor incidencia en el mundo
desarrollado.
La relación está clara: el envejecimiento resulta
de la acumulación de daño en el ADN a lo largo de la vida, y ese proceso
es también lo que origina el cáncer, la diabetes, las enfermedades
cardiovasculares y las neurodegenerativas, como el alzhéimer.
“El
envejecimiento es la causa de las enfermedades que ocurren cuando nos
hacemos mayores”, explica Blasco. “ldentificar los marcadores
moleculares del envejecimiento ayuda a encontrar la causa de otras
patologías, como el cáncer. Esto es muy relevante”, precisa.
En
el artículo se afirma que “el cáncer y el envejecimiento pueden
compartir un origen común”, y se explica que pueden ser considerados
“dos manifestaciones diferentes del mismo proceso subyacente”.
Para
Serrano, este aspecto elimina la “frivolidad” con que a menudo se
aborda la investigación del envejecimiento: “No se trata de no tener
arrugas ni de vivir cien años a cualquier coste, sino de prolongar la
vida sin enfermedad”.
De hecho, en el artículo publicado en Cell,
los investigadores son explícitos al declarar su objetivo último:
contribuir a “identificar dianas farmacológicas que mejoren la salud
humana durante el envejecimiento”.
Otro de los hitos del trabajo
es que no solo define los nueve indicadores moleculares del
envejecimiento, sino que los ordena en primarios —la causa
desencadenante—; los que conforman la respuesta del organismo a esas
causas; y los fallos funcionales resultantes.
Para los expertos,
la jerarquía es importante, porque el efecto que se consigue actuando
sobre un tipo de proceso u otro es diferente. Incidiendo sobre un único
mecanismo, si es de los primarios, es posible retrasar el envejecimiento
de muchos órganos y tejidos.
Las causas primarias del
envejecimiento son cuatro: la inestabilidad genómica; el acortamiento de
los telómeros; las alteraciones epigenéticas; y la pérdida de la
proteostasis. La inestabilidad genómica se refiere a los defectos que se
van acumulando en los genes con el tiempo, por causas intrínsecas o
extrínsecas.
El acortamiento de los telómeros —los capuchones que
protegen los extremos de los cromosomas— es uno de estos defectos, pero
su importancia es tal que se destaca como contraste independiente. Las
alteraciones epigenéticas resultan de la experiencia vital —la
exposición al ambiente—.Por su parte, la pérdida de proteostasis tiene
que ver con la no eliminación de proteínas defectuosas, que al
acumularse causan patologías asociadas al envejecimiento —en el
alzhéimer, por ejemplo, las neuronas mueren porque se forman placas de
una proteína que debía haberse eliminado—.
Las respuestas del
organismo a las causas desencadenantes son mecanismos que intentan
corregir los daños, pero que, si se cronifican o exacerban, también se
vuelven dañinos. Es el caso de la senescencia celular: induce a la
célula a dejar de dividirse cuando acumula muchos defectos y así
previene el cáncer, pero si se da en exceso los tejidos —y el organismo—
envejecen.
También tienen este doble filo otros dos procesos muy
presentes en las discusiones sobre teorías del envejecimiento: el
llamado daño oxidativo, relacionado con los famosos radicales libres; y
mecanismos derivados del metabolismo, relacionados a su vez con las
evidencias —todavía no confirmadas en humanos— de que la restricción
calórica prolonga la vida.
Todo apunta a que la realidad es más
compleja que simplemente tomar antioxidantes y dejar de comer para vivir
más. Los radicales libres pueden ser dañinos en grandes cantidades,
pero su presencia también desencadena una respuesta protectora.
Los
autores son contundentes al hablar de antioxidantes: no hay evidencia
genética de que aumentar las defensas antioxidantes retrase el
envejecimiento. Y, si es cierto que ante la escasez de nutrientes el
organismo pone en marcha estrategias protectoras —presumiblemente, la
razón de que la restricción calórica parezca dar resultado—, “con el
tiempo y en exceso, pueden ser patológicas”, afirman.
El tercer
grupo de indicadores emerge cuando los daños causados por los dos
precedentes no pueden ser compensados. Es el caso del agotamiento de las
células madre de los tejidos, que dejan de ejercer su función
regeneradora; o de los errores en la comunicación intercelular, que dan
lugar por ejemplo a la inflamación —un proceso que cuando ocurre de
forma crónica se asocia al cáncer—.
Para los autores, uno de los
retos ahora es entender las conexiones entre todos los hallmarks y, por
supuesto, investigar la forma de controlar estos procesos.
Una de
las estrategias terapéuticas ya probadas con éxito en ratones es evitar
el acortamiento de los telómeros. “Es un proceso que se puede frenar e
incluso revertir en estos animales”, afirma Blasco, experta en el área.
Ella cree que, en general, “tenemos aún mucho margen de maniobra para
combatir el envejecimiento y lograr vivir más años de forma saludable”.
Para
López-Otín, “las intervenciones dirigidas a disminuir o corregir los
daños genómicos inherentes al paso del tiempo son todavía lejanas, pero
las relacionadas con los sistemas de regulación metabólica pueden ser
mucho más accesibles”. Y concluye: “No podemos aspirar a la
inmortalidad, sino a la posibilidad de que la vida sea un poco mejor
para todos”.
Vivir el doble de tiempo, y sano, en algunas especies depende solo de
unos pocos genes. Cuando esto se descubrió en gusanos hace tres décadas,
comenzó una era dorada para el estudio del envejecimiento que ha
proporcionado muchos resultados, pero en la que también hay mucha
confusión.
La revista Cell publica una revisión exhaustiva al
respecto, con vocación de ordenar el campo y “servir de marco a los
futuros trabajos”. En ella se definen por primera vez todos los
indicadores moleculares del envejecimiento de los mamíferos, las nueve
firmas que marcan el avance del proceso.Además, el estudio, que combate algunos mitos, como el de que los
antioxidantes frenan el envejecimiento, está inspirado en un trabajo
clásico publicado en la misma revista en 2000, The Hallmarks of Cancer,
que marcó un antes y un después en la investigación de esta enfermedad.
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