El trabajo, realizado en animales, apunta a una curiosa explicación: la ingesta de edulcorantes desata en el organismo la respuesta que sería adecuada cuando se toma azúcar, lo que implica la producción de insulina y otros procesos metabólicos. Lo que ocurre es que esas hormonas se encuentran con que no tienen sobre qué actuar originando un desajuste metabólico. Además, cuando llega una ingesta de azúcar de verdad, el organismo, maleducado por las experiencias anteriores, no se la cree y no reacciona.
Debido a que cada vez se consumen más estos productos, la gente no quiere admitir los efectos que tienen dichos edulcorantes sobre la salud. Además hay una gran presión por parte del sector público para encontrar soluciones que contrarresten el aumento de la obesidad y las enfermedades crónicas, y hay mucho dinero y negocio en juego para la industria alimentaria que promueve el consumo de estos productos.
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