Si realmente se quiere terminar con ella, encontrar soluciones sostenibles, es necesario que conozcamos a qué nos enfrentamos realmente, cualitativa y cuantitativamente.La erradicación de la pobreza continúa siendo uno de los mayores problemas mundiales, tal y como quedó patente en la última Asamblea General en las Naciones Unidas al aprobar los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible con el lema leave no one behind (no dejar a nadie atrás). Fue un encuentro alabado y mediático que atrajo la atención de todos los organismos internacionales que combaten la pobreza.
La erradicación de la pobreza continúa siendo uno de los mayores problemas mundiales, tal y como quedó patente en la última Asamblea General en las Naciones Unidas al aprobar los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible con el lema leave no one behind (no dejar a nadie atrás). Fue un encuentro alabado y mediático que atrajo la atención de todos los organismos internacionales que combaten la pobreza —entendida en su multidimensionalidad— y, sin embargo, se echó de menos un factor imprescindible: la investigación.
Sin investigación rigurosa y de calidad no se podrá acabar con la pobreza. Gracias a ella y a las rigurosas e innovadoras metodologías que se están aplicando en el mundo del desarrollo se ha llegado al origen de problemas concretos que obstaculizan el crecimiento de las personas y de las naciones.
A modo de ejemplo, cabe mencionar el estudio que la economista francesa Esther Duflo, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2015, llevó a cabo junto con su equipo de investigación de Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab con una metodología revolucionaria —RCT random control trial— sobre por qué los niños no acudían a la escuela en Kenia. Frente a las respuestas lógicas que pueden acudir a la mente de cualquiera —trabajo infantil, rechazo de sus padres por la educación o largas distancias entre el hogar y el colegio— la investigación concluyó que el principal escollo era la diarrea. Queda claro que cualquier esfuerzo que se invirtiese en otra línea resultaría ineficaz si no se resolvía primero ese problema concreto: para obtener resultados, la inversión en educación tenía que ir acompañada de una inversión en sanidad.
Este constituye un ejemplo claro de la multidimensionalidad de la pobreza y la interconexión entre sus diferentes facetas: inseguridad, desnutrición, desempleo, enfermedades...
Asimismo, para comprobar si realmente se está consiguiendo lo que se pretende, la creación y la implementación de políticas en los países en desarrollo requieren un estudio del contexto de cada región y una evaluación de los efectos que tienen ciertas intervenciones o proyectos de cooperación.
Las buenas intenciones no bastan: la ilusión por tener un mundo mejor supone el punto de partida y la motivación del día a día, pero no sirve para nada si no le precede una investigación rigurosa y de calidad que proporcione datos fiables y precisos. Porque si no disponemos de cifras, ¿cómo podemos estudiar los efectos de un programa o de una política? Es más, ¿cómo sabremos cuántas personas viven en la pobreza en realidad? Precisamente, ODI (Overseas Development Institute) publicó un informe en abril de este año en el que denunciaba la falta de conocimiento real sobre cuántas personas viven bajo el umbral de la pobreza. Según esta investigación podría haber 350 millones más, pero sin buenos datos esa cifra tampoco es fiable.
Para dar respuestas a estas preguntas hace falta una revolución de los datos —data revolution— en la recogida, en la difusión y en su acceso (bases de datos públicas).
Con los últimos avances de las nuevas tecnologías esta recogida puede ser mucho más sencilla, como se ve en casos como el uso de servicios financieros a través del móvil en Kenia, país africano que lidera su utilización, y donde se ha conseguido extender fácilmente los servicios bancarios a los pobres.
Por suerte, poco a poco se va avanzando en esta revolución de los datos. Las Naciones Unidas han incluido en los recién aprobados 17 Objetivos Sostenibles del Desarrollo un punto dedicado específicamente a esta cuestión: el último objetivo expresa entre sus metas la de “aumentar de forma significativa la disponibilidad de datos oportunos, fiables y de alta calidad”.
Además, en agosto de 2014 se creó por iniciativa del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, el Data Revolution Group con el fin de supervisar la nueva agenda de los ODS en cuanto a la recogida y difusión de datos.
Pero además de crear comisiones, también se deben implementar acciones concretas como dedicar más financiación a los departamentos de recogidas de datos. Según un informe del The Partnership in Statistics for Development in the 21st Century la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) -Offical Development Assistance (ODA)- destinada a las oficinas nacionales de estadística disminuyó de un 0,33% en 2012 hasta un 0,24% en 2013, siendo aquel año el periodo que más AOD se destinó a los países en desarrollo (134,8 miles de millones de dólares).
Si realmente se quiere terminar con la pobreza, si se pretende encontrar soluciones sostenibles y a largo plazo, es necesario que conozcamos a qué nos enfrentamos realmente, cualitativa y cuantitativamente. Vayamos al origen de los problemas, estudiémoslos, veamos qué soluciones pueden ser más eficaces y después evaluemos el trabajo. Solo así la erradicación de la pobreza puede llegar a ser sostenible, duradera y para todo el mundo. Leave no one behind.
FUENTE: ELPAIS.COM
La erradicación de la pobreza continúa siendo uno de los mayores problemas mundiales, tal y como quedó patente en la última Asamblea General en las Naciones Unidas al aprobar los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible con el lema leave no one behind (no dejar a nadie atrás). Fue un encuentro alabado y mediático que atrajo la atención de todos los organismos internacionales que combaten la pobreza —entendida en su multidimensionalidad— y, sin embargo, se echó de menos un factor imprescindible: la investigación.
Sin investigación rigurosa y de calidad no se podrá acabar con la pobreza. Gracias a ella y a las rigurosas e innovadoras metodologías que se están aplicando en el mundo del desarrollo se ha llegado al origen de problemas concretos que obstaculizan el crecimiento de las personas y de las naciones.
A modo de ejemplo, cabe mencionar el estudio que la economista francesa Esther Duflo, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2015, llevó a cabo junto con su equipo de investigación de Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab con una metodología revolucionaria —RCT random control trial— sobre por qué los niños no acudían a la escuela en Kenia. Frente a las respuestas lógicas que pueden acudir a la mente de cualquiera —trabajo infantil, rechazo de sus padres por la educación o largas distancias entre el hogar y el colegio— la investigación concluyó que el principal escollo era la diarrea. Queda claro que cualquier esfuerzo que se invirtiese en otra línea resultaría ineficaz si no se resolvía primero ese problema concreto: para obtener resultados, la inversión en educación tenía que ir acompañada de una inversión en sanidad.
Este constituye un ejemplo claro de la multidimensionalidad de la pobreza y la interconexión entre sus diferentes facetas: inseguridad, desnutrición, desempleo, enfermedades...
Asimismo, para comprobar si realmente se está consiguiendo lo que se pretende, la creación y la implementación de políticas en los países en desarrollo requieren un estudio del contexto de cada región y una evaluación de los efectos que tienen ciertas intervenciones o proyectos de cooperación.
Las buenas intenciones no bastan: la ilusión por tener un mundo mejor supone el punto de partida y la motivación del día a día, pero no sirve para nada si no le precede una investigación rigurosa y de calidad que proporcione datos fiables y precisos. Porque si no disponemos de cifras, ¿cómo podemos estudiar los efectos de un programa o de una política? Es más, ¿cómo sabremos cuántas personas viven en la pobreza en realidad? Precisamente, ODI (Overseas Development Institute) publicó un informe en abril de este año en el que denunciaba la falta de conocimiento real sobre cuántas personas viven bajo el umbral de la pobreza. Según esta investigación podría haber 350 millones más, pero sin buenos datos esa cifra tampoco es fiable.
Para dar respuestas a estas preguntas hace falta una revolución de los datos —data revolution— en la recogida, en la difusión y en su acceso (bases de datos públicas).
Con los últimos avances de las nuevas tecnologías esta recogida puede ser mucho más sencilla, como se ve en casos como el uso de servicios financieros a través del móvil en Kenia, país africano que lidera su utilización, y donde se ha conseguido extender fácilmente los servicios bancarios a los pobres.
Por suerte, poco a poco se va avanzando en esta revolución de los datos. Las Naciones Unidas han incluido en los recién aprobados 17 Objetivos Sostenibles del Desarrollo un punto dedicado específicamente a esta cuestión: el último objetivo expresa entre sus metas la de “aumentar de forma significativa la disponibilidad de datos oportunos, fiables y de alta calidad”.
Además, en agosto de 2014 se creó por iniciativa del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, el Data Revolution Group con el fin de supervisar la nueva agenda de los ODS en cuanto a la recogida y difusión de datos.
Pero además de crear comisiones, también se deben implementar acciones concretas como dedicar más financiación a los departamentos de recogidas de datos. Según un informe del The Partnership in Statistics for Development in the 21st Century la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) -Offical Development Assistance (ODA)- destinada a las oficinas nacionales de estadística disminuyó de un 0,33% en 2012 hasta un 0,24% en 2013, siendo aquel año el periodo que más AOD se destinó a los países en desarrollo (134,8 miles de millones de dólares).
Si realmente se quiere terminar con la pobreza, si se pretende encontrar soluciones sostenibles y a largo plazo, es necesario que conozcamos a qué nos enfrentamos realmente, cualitativa y cuantitativamente. Vayamos al origen de los problemas, estudiémoslos, veamos qué soluciones pueden ser más eficaces y después evaluemos el trabajo. Solo así la erradicación de la pobreza puede llegar a ser sostenible, duradera y para todo el mundo. Leave no one behind.
FUENTE: ELPAIS.COM
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