Charles Darwin ha pasado a la historia como el padre de la teoría evolutiva, aunque su aportación más relevante al conocimiento científico no fue plantear este principio–que ya estaba latente entre los investigadores de la época–, sino la de proponer un mecanismo que explicaba su funcionamiento.La evolución mediante selección natural se produce si se cumplen tres principios fundamentales; que el carácter sobre el que actúa sea variable, que sea heredable y que confiera una ventaja a sus portadores.
Hoy sabemos que los humanos evolucionamos rápidamente desde el periodo neolítico, hace unos 12.000 años, cuando de ser sociedades cazadoras-recolectoras pasamos a ser agricultores-ganaderos. Esta transición implicó cambios en la dieta, en la estructura demográfica y en la relación entre nuestros ancestros y los agentes patógenos que portaba el ganado que domesticaban. La domesticación de plantas y animales tuvo una mayor presencia de carbohidratos en la dieta. Estos compuestos se digieren gracias a una enzima denominada amilasa salivar que los degrada para convertirlos en azúcares simples. La actividad de esta está relacionada con el número de copias de un gen denominado Amy1: a mayor número de copias mayor actividad.
Estos planteamientos nos llevan a una conclusión: para poder hacer una proyección del futuro evolutivo hay que comprender en qué marco medioambiental nos encontraremos. Estaremos menos expuestos a las enfermedades, gracias a los adelantos biomédicos,seremos más independientes del entorno, por lo que el efecto de la selección natural será más débil; la cultura modifica el entorno para no modificarnos a nosotros. Será un futuro en el que se producirán menos novedades evolutivas, menos innovaciones genéticas, un mundo congelado desde el punto de vista evolutivo.
Pero en este contexto ¿seguiremos evolucionando? Sin lugar a dudas, aunque a otra velocidad.
Fuente: El País.
Hoy sabemos que los humanos evolucionamos rápidamente desde el periodo neolítico, hace unos 12.000 años, cuando de ser sociedades cazadoras-recolectoras pasamos a ser agricultores-ganaderos. Esta transición implicó cambios en la dieta, en la estructura demográfica y en la relación entre nuestros ancestros y los agentes patógenos que portaba el ganado que domesticaban. La domesticación de plantas y animales tuvo una mayor presencia de carbohidratos en la dieta. Estos compuestos se digieren gracias a una enzima denominada amilasa salivar que los degrada para convertirlos en azúcares simples. La actividad de esta está relacionada con el número de copias de un gen denominado Amy1: a mayor número de copias mayor actividad.
Estos planteamientos nos llevan a una conclusión: para poder hacer una proyección del futuro evolutivo hay que comprender en qué marco medioambiental nos encontraremos. Estaremos menos expuestos a las enfermedades, gracias a los adelantos biomédicos,seremos más independientes del entorno, por lo que el efecto de la selección natural será más débil; la cultura modifica el entorno para no modificarnos a nosotros. Será un futuro en el que se producirán menos novedades evolutivas, menos innovaciones genéticas, un mundo congelado desde el punto de vista evolutivo.
Pero en este contexto ¿seguiremos evolucionando? Sin lugar a dudas, aunque a otra velocidad.
Fuente: El País.
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