A principios del pasado mes de junio murió Irwin Rose, un científico norteamericano Premio Nobel de Química en 2004. El premio fue compartido con Aaron Ciechanover y Avram Hersko en reconocimiento por el descubrimiento del sistema celular de degradación de proteínas mediado por ubiquitina, una pequeña molécula que identifica dentro de la célula aquellas proteínas que tienen que ser degradadas.
A principios del pasado mes de junio murió Irwin Rose, un científico norteamericano Premio Nobel de Química en 2004. El premio fue compartido con Aaron Ciechanover y Avram Hersko en reconocimiento por el descubrimiento del sistema celular de degradación de proteínas mediado por ubiquitina, una pequeña molécula que identifica dentro de la célula aquellas proteínas que tienen que ser degradadas. Los estudios de Rose fueron el resultado del conocimiento adquirido durante muchos años de investigación estudiando mecanismos en diversos sistemas, incluyendo tejidos de rata o células de conejo. El mal funcionamiento de este mecanismo puede dar lugar al desarrollo de enfermedades tan complejas como el cáncer, el alzhéimer o la esclerosis múltiple, entre otras.
En 2007 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina fue otorgado a los descubridores de una técnica para editar un determinado gen en el genoma de ratones usando células madre embrionarias. Aunque no ha pasado mucho tiempo desde este reconocimiento, esta técnica ya ha sido desbancada por otro método más eficiente: el CRISPR/Cas9. Esta técnica permite editar varios genes del genoma de cualquier organismo en poco tiempo, con reducidos costes y de una manera más precisa y eficaz. Estudiar la función de un gen en el desarrollo de una enfermedad nunca había sido tan fácil.
CRISPR/Cas9 permite generar animales transgénicos que ayudan a los científicos a descifrar los mecanismos que regulan nuestra salud o el desarrollo de enfermedades. Esta técnica podría ser utilizada en terapias génicas para corregir genes defectuosos y revertir de esta manera enfermedades. No sería de extrañar que las descubridoras de esta tecnología recibieran el prestigioso reconocimiento de la Academia Sueca en un futuro no muy lejano.
El último Premio Nobel en este campo ha sido otorgado a tres neurocientíficos que, a través de incontables experimentos en ratas, lograron identificar las células en el cerebro responsables de que seamos conscientes de nuestra localización espacial. La noción sobre cómo percibimos nuestros alrededores y cómo somos capaces de orientarnos había inquietado a pensadores y científicos desde siglos atrás ya que sugería funciones cognitivas superiores.
Gracias a John O’Keefe, May-Britt Moser y Edvard I. Moser ya conocemos desde el año pasado los principios celulares que regulan nuestra conciencia espacial.
Todos estos excepcionales descubrimientos tienen una cosa en común: no hubieran sido posibles sin la experimentación con modelos animales. Parafraseando al profesor O’Keefe en la entrevista emitida en un programa de radio de la BBC el día después de recibir el premio, “es un hecho indiscutible que si queremos progresar en áreas centrales de la medicina o de la biología necesitamos usar modelos animales”.
Un ejemplo reciente del papel clave que los animales de experimentación juegan en el progreso de la medicina es Mosquirix. Es la primera vacuna contra la malaria, indicada para niños de entre 6 y 17 meses de edad en países con alto riesgo de malaria y aprobada el pasado 24 de julio por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés). De acuerdo con los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la malaria afectó a 198 millones de personas en 2013, causando la muerte a más de medio millón, mayoritariamente niños del África subsahariana. Esta nueva vacuna, probada en roedores y primates junto con los medicamentos profilácticos ya existentes, contribuirá a alcanzar la meta de la OMS de reducir su incidencia y tasa de mortalidad en un 90% para el año 2030.
La comercialización con éxito de tan esperada vacuna, o cualquier otra, requiere años de investigación, innovación y desarrollo. Primero en laboratorios de universidades y centros públicos donde se identifican las dianas y los mecanismos celulares que participan en el desarrollo de la enfermedad. Después esto se comprueba in vitro, en tubos de ensayo o en cultivos celulares; e in silico, mediante simulaciones en ordenador para comprobar si un candidato a medicamento puede revertir el desarrollo de la patología en cuestión.
Una vez conocido el funcionamiento a nivel celular del posible medicamento, se ha de comprobar su seguridad y efectividad en condiciones fisiológicas normales mediante pruebas preclínicas en animales de laboratorio. Estos estudios se diseñan para confirmar que los resultados de las pruebas in vitro e in silico representan a la realidad, para descartar aquellos medicamentos perjudiciales para la salud y para estimar la dosis de administración. Una vez que los estudios preclínicos in vivo han confirmado la veracidad de los resultados in vitro, el medicamento ya puede ser evaluado mediante pruebas clínicas en humanos. Sólo si después de todas estas pruebas el medicamento es efectivo y seguro en humanos, las agencias reguladoras evalúan su autorización para comercializarlo.
Los experimentos con animales suponen sólo una pequeña parte, aunque fundamental, dentro de esta compleja estrategia de investigación que nos permite desarrollar medicamentos necesarios que permiten aumentar la calidad y expectativa de vida de millones de personas. ¿Por qué entonces hay tanto alboroto cuando se habla de modelos animales? Simplemente por falta de información certera y rigurosa. En su lugar, encontramos afirmaciones como que los científicos son personas sin escrúpulos que sólo persiguen sus propios intereses, o de terceras partes, a base de torturar otros seres vivos.
Tres macacos en un laboratorio. / EARA
A parte de desvirtuar una de las principales motivaciones de cualquier científico, que es contribuir al desarrollo de la sociedad con su sapiencia, esta tergiversada afirmación se podría atribuir igualmente a los médicos cirujanos o veterinarios. Muchos de los procedimientos que se llevan a cabo en quirófanos, o tratamientos que reciben nuestros animales de compañía, también han sido desarrollados y perfeccionados, además de practicados, en animales (y en cadáveres en el caso de los cirujanos). Poca gente se prestaría voluntaria en una operación de no saber que la técnica ya ha sido probada con éxito previamente en otro organismo vivo.
Al igual que un cirujano necesita ser autorizado para poder operar, un científico necesita tres licencias o permisos antes de poder llevar a cabo cualquier experimento con animales. Primero, la del personal científico que va a realizar el procedimiento y que se otorga después de un exhaustivo curso orientado al bienestar animal; segundo, la específica del proyecto, donde un comité de bioética evalúa los potenciales beneficios del proyecto en relación con sus costes en cuestión de número de animales requeridos y gravedad de los procedimientos; y, por último, la general del centro, donde se evalúa si las instalaciones son adecuadas para alojar y trabajar con una determinada especie animal. Estas licencias son requeridas por ley según lo establecido en el Real Decreto 53/2013 del Boletín Oficial del Estado.
Este Real Decreto establece las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas a seguir para proteger a los animales utilizados en experimentación de acuerdo con la Directiva Europea 2010/63. Esta directiva fue adoptada por el Parlamento y el Consejo Europeo en septiembre de 2010 después de un largo periodo de consulta con asociaciones que velan por el bienestar de los animales, científicos, veterinarios, y legisladores. Como ya mencionara O’Keefe en la entrevista para la BBC, la comunidad científica considera esta directiva como la normativa más estricta a nivel mundial que persigue la protección de aquellos animales que aún se necesitan en investigación. Una parte nueva y central de esta directiva es la estrategia de las 3 R que persigue reemplazar el uso de animales en investigación, reducir su número mediante el uso de métodos alternativos y refinar los procedimientos científicos para causar el menor sufrimiento al animal. La normativa también indica específicamente que ningún animal podrá ser utilizado si existe un método alternativo disponible.
La falta de información rigurosa y de fácil acceso por parte de universidades y centros de investigación tanto públicos como privados, junto con la abundante información disponible procedente de fuentes ajenas a la investigación, es una amenaza al progreso en biomedicina que la sociedad no se puede permitir. De igual manera que existen grupos que se oponen al uso de vacunas, los grupos que se oponen al uso de modelos animales en investigación usan tácticas similares que pueden llegar a causar un gran daño si a día de hoy alcanzaran su objetivo de abolir la investigación con animales.
Es alarmante que progresivamente estos grupos vayan ganado terreno con su oscura narrativa de que la investigación con animales es nociva para el ser humano. Así lo hemos comprobado durante los pasados meses con la petición Stop Vivisection, la cual por medio de un millón de firmas de ciudadanos europeos solicitó a la Comisión Europea que derogara la Directiva 2010/63 y propusiera un nuevo marco legal que prescindiera del uso de animales. La respuesta de la Comisión en junio fue rotunda: “La experimentación con animales sigue siendo a día de hoy fundamental para proteger la salud de los humanos y de los animales. Los científicos y legisladores trabajan duro para conseguir el objetivo final de reemplazar el uso de animales. Hasta entonces, la Directiva 2010/63/EU es una herramienta indispensable para proteger aquellos animales que aún se necesitan”.
La Comisión reconoció así la necesidad de avanzar en el conocimiento científico para desarrollar métodos alternativos al uso de animales en investigación, destacando que “continuará promoviendo el desarrollo e implementación de estos métodos, estimulando la cooperación y el intercambio de conocimiento entre los distintos sectores, y facilitando la validación y autorización de los mismos”.
Es crucial que la comunidad científica y nuestros representantes políticos defiendan con autoridad el papel fundamental de estas investigaciones, como lo hizo en su comunicado la Comisión Europea, y repudien públicamente ciertas acciones al borde de la legalidad. De no ser así, la creciente oratoria procedente de círculos ajenos a la investigación conseguirá progresivamente la decadencia de importantes investigaciones en biología y medicina. Desafortunadamente, esto no es ciencia ficción y ya está sucediendo en algunos países en Europa. Nikos Logothetis, director del Centro de Investigaciones Cibernéticas de Tubinga en Alemania y que investigaba en monos acerca de interfaces cerebro-ordenador para el control de prótesis, anunció hace poco su intención de interrumpir esta línea de investigación por la desmesurada presión mediática resultado de un vídeo encubierto por parte de activistas alemanes.
Durante la transposición de la Directiva Europea 2010/63 a las leyes nacionales italianas, ciertos sectores con marcadas opiniones sobre este debate introdujeron medidas extraordinarias tan restrictivas que actualmente impiden el desarrollo de importantes investigaciones sobre cáncer o el desarrollo de tratamientos contra adicciones. La Fundación Holandesa del Corazón ha tenido que detener un proyecto de investigación internacional en Maastricht debido a la mala cobertura mediática como resultado de la presión por parte de grupos en contra de la investigación con animales. El proyecto estaba dirigido a mejorar el funcionamiento de los marcapasos convencionales y se requerían pruebas en perros por el similar tamaño y conectividad de su corazón con el de humanos. Llegados a este punto hay que preguntarse: ¿cuánto más vamos a ceder a presiones antes de que causemos un daño irreparable al avance en biomedicina que repercuta directamente en el cuidado de la salud tanto de humanos como de animales?
Invito a ser cautelosos si queremos conservar nuestros estándares y calidad de vida, si queremos avanzar en encontrar curas para problemas médicos aún sin tratamiento como el alzhéimer o el párkinson o enfermedades infecciosas actuales como el ébola. Los grupos que se oponen a este tipo de prácticas científicas consiguen adeptos a base de explotar su derecho a manifestarse pacíficamente —aunque sea boicoteando directamente centros de investigación e investigadores—, a expresar públicamente cualquier opinión —aunque estén exentas de justificación científica—, o a través de publicitar y manipular datos científicos de carácter restringido refugiándose en el derecho civil a la libertad de información.
Es el deber y derecho de los ciudadanos y los representantes públicos informarse con rigurosidad sobre aquellos temas que puedan afectar nuestra salud y calidad de vida, la de personas queridas y conciudadanos o la de nuestros animales de compañía. Desde la Asociación Europea para la Investigación Animal (EARA, por sus siglas en inglés) ayudamos a centros de investigación a proporcionar información precisa y de calidad que responda a las preguntas de los ciudadanos, de los medios de comunicación y de representantes políticos acerca de cómo y por qué se usan animales en investigación y cuáles son los potenciales beneficios que se esperan de estos estudios.
FUENTE:ELPAIS
A principios del pasado mes de junio murió Irwin Rose, un científico norteamericano Premio Nobel de Química en 2004. El premio fue compartido con Aaron Ciechanover y Avram Hersko en reconocimiento por el descubrimiento del sistema celular de degradación de proteínas mediado por ubiquitina, una pequeña molécula que identifica dentro de la célula aquellas proteínas que tienen que ser degradadas. Los estudios de Rose fueron el resultado del conocimiento adquirido durante muchos años de investigación estudiando mecanismos en diversos sistemas, incluyendo tejidos de rata o células de conejo. El mal funcionamiento de este mecanismo puede dar lugar al desarrollo de enfermedades tan complejas como el cáncer, el alzhéimer o la esclerosis múltiple, entre otras.
En 2007 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina fue otorgado a los descubridores de una técnica para editar un determinado gen en el genoma de ratones usando células madre embrionarias. Aunque no ha pasado mucho tiempo desde este reconocimiento, esta técnica ya ha sido desbancada por otro método más eficiente: el CRISPR/Cas9. Esta técnica permite editar varios genes del genoma de cualquier organismo en poco tiempo, con reducidos costes y de una manera más precisa y eficaz. Estudiar la función de un gen en el desarrollo de una enfermedad nunca había sido tan fácil.
CRISPR/Cas9 permite generar animales transgénicos que ayudan a los científicos a descifrar los mecanismos que regulan nuestra salud o el desarrollo de enfermedades. Esta técnica podría ser utilizada en terapias génicas para corregir genes defectuosos y revertir de esta manera enfermedades. No sería de extrañar que las descubridoras de esta tecnología recibieran el prestigioso reconocimiento de la Academia Sueca en un futuro no muy lejano.
El último Premio Nobel en este campo ha sido otorgado a tres neurocientíficos que, a través de incontables experimentos en ratas, lograron identificar las células en el cerebro responsables de que seamos conscientes de nuestra localización espacial. La noción sobre cómo percibimos nuestros alrededores y cómo somos capaces de orientarnos había inquietado a pensadores y científicos desde siglos atrás ya que sugería funciones cognitivas superiores.
Gracias a John O’Keefe, May-Britt Moser y Edvard I. Moser ya conocemos desde el año pasado los principios celulares que regulan nuestra conciencia espacial.
Todos estos excepcionales descubrimientos tienen una cosa en común: no hubieran sido posibles sin la experimentación con modelos animales. Parafraseando al profesor O’Keefe en la entrevista emitida en un programa de radio de la BBC el día después de recibir el premio, “es un hecho indiscutible que si queremos progresar en áreas centrales de la medicina o de la biología necesitamos usar modelos animales”.
Un ejemplo reciente del papel clave que los animales de experimentación juegan en el progreso de la medicina es Mosquirix. Es la primera vacuna contra la malaria, indicada para niños de entre 6 y 17 meses de edad en países con alto riesgo de malaria y aprobada el pasado 24 de julio por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés). De acuerdo con los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la malaria afectó a 198 millones de personas en 2013, causando la muerte a más de medio millón, mayoritariamente niños del África subsahariana. Esta nueva vacuna, probada en roedores y primates junto con los medicamentos profilácticos ya existentes, contribuirá a alcanzar la meta de la OMS de reducir su incidencia y tasa de mortalidad en un 90% para el año 2030.
La comercialización con éxito de tan esperada vacuna, o cualquier otra, requiere años de investigación, innovación y desarrollo. Primero en laboratorios de universidades y centros públicos donde se identifican las dianas y los mecanismos celulares que participan en el desarrollo de la enfermedad. Después esto se comprueba in vitro, en tubos de ensayo o en cultivos celulares; e in silico, mediante simulaciones en ordenador para comprobar si un candidato a medicamento puede revertir el desarrollo de la patología en cuestión.
Una vez conocido el funcionamiento a nivel celular del posible medicamento, se ha de comprobar su seguridad y efectividad en condiciones fisiológicas normales mediante pruebas preclínicas en animales de laboratorio. Estos estudios se diseñan para confirmar que los resultados de las pruebas in vitro e in silico representan a la realidad, para descartar aquellos medicamentos perjudiciales para la salud y para estimar la dosis de administración. Una vez que los estudios preclínicos in vivo han confirmado la veracidad de los resultados in vitro, el medicamento ya puede ser evaluado mediante pruebas clínicas en humanos. Sólo si después de todas estas pruebas el medicamento es efectivo y seguro en humanos, las agencias reguladoras evalúan su autorización para comercializarlo.
Los experimentos con animales suponen sólo una pequeña parte, aunque fundamental, dentro de esta compleja estrategia de investigación que nos permite desarrollar medicamentos necesarios que permiten aumentar la calidad y expectativa de vida de millones de personas. ¿Por qué entonces hay tanto alboroto cuando se habla de modelos animales? Simplemente por falta de información certera y rigurosa. En su lugar, encontramos afirmaciones como que los científicos son personas sin escrúpulos que sólo persiguen sus propios intereses, o de terceras partes, a base de torturar otros seres vivos.
Tres macacos en un laboratorio. / EARA
A parte de desvirtuar una de las principales motivaciones de cualquier científico, que es contribuir al desarrollo de la sociedad con su sapiencia, esta tergiversada afirmación se podría atribuir igualmente a los médicos cirujanos o veterinarios. Muchos de los procedimientos que se llevan a cabo en quirófanos, o tratamientos que reciben nuestros animales de compañía, también han sido desarrollados y perfeccionados, además de practicados, en animales (y en cadáveres en el caso de los cirujanos). Poca gente se prestaría voluntaria en una operación de no saber que la técnica ya ha sido probada con éxito previamente en otro organismo vivo.
Al igual que un cirujano necesita ser autorizado para poder operar, un científico necesita tres licencias o permisos antes de poder llevar a cabo cualquier experimento con animales. Primero, la del personal científico que va a realizar el procedimiento y que se otorga después de un exhaustivo curso orientado al bienestar animal; segundo, la específica del proyecto, donde un comité de bioética evalúa los potenciales beneficios del proyecto en relación con sus costes en cuestión de número de animales requeridos y gravedad de los procedimientos; y, por último, la general del centro, donde se evalúa si las instalaciones son adecuadas para alojar y trabajar con una determinada especie animal. Estas licencias son requeridas por ley según lo establecido en el Real Decreto 53/2013 del Boletín Oficial del Estado.
Este Real Decreto establece las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas a seguir para proteger a los animales utilizados en experimentación de acuerdo con la Directiva Europea 2010/63. Esta directiva fue adoptada por el Parlamento y el Consejo Europeo en septiembre de 2010 después de un largo periodo de consulta con asociaciones que velan por el bienestar de los animales, científicos, veterinarios, y legisladores. Como ya mencionara O’Keefe en la entrevista para la BBC, la comunidad científica considera esta directiva como la normativa más estricta a nivel mundial que persigue la protección de aquellos animales que aún se necesitan en investigación. Una parte nueva y central de esta directiva es la estrategia de las 3 R que persigue reemplazar el uso de animales en investigación, reducir su número mediante el uso de métodos alternativos y refinar los procedimientos científicos para causar el menor sufrimiento al animal. La normativa también indica específicamente que ningún animal podrá ser utilizado si existe un método alternativo disponible.
La falta de información rigurosa y de fácil acceso por parte de universidades y centros de investigación tanto públicos como privados, junto con la abundante información disponible procedente de fuentes ajenas a la investigación, es una amenaza al progreso en biomedicina que la sociedad no se puede permitir. De igual manera que existen grupos que se oponen al uso de vacunas, los grupos que se oponen al uso de modelos animales en investigación usan tácticas similares que pueden llegar a causar un gran daño si a día de hoy alcanzaran su objetivo de abolir la investigación con animales.
Es alarmante que progresivamente estos grupos vayan ganado terreno con su oscura narrativa de que la investigación con animales es nociva para el ser humano. Así lo hemos comprobado durante los pasados meses con la petición Stop Vivisection, la cual por medio de un millón de firmas de ciudadanos europeos solicitó a la Comisión Europea que derogara la Directiva 2010/63 y propusiera un nuevo marco legal que prescindiera del uso de animales. La respuesta de la Comisión en junio fue rotunda: “La experimentación con animales sigue siendo a día de hoy fundamental para proteger la salud de los humanos y de los animales. Los científicos y legisladores trabajan duro para conseguir el objetivo final de reemplazar el uso de animales. Hasta entonces, la Directiva 2010/63/EU es una herramienta indispensable para proteger aquellos animales que aún se necesitan”.
La Comisión reconoció así la necesidad de avanzar en el conocimiento científico para desarrollar métodos alternativos al uso de animales en investigación, destacando que “continuará promoviendo el desarrollo e implementación de estos métodos, estimulando la cooperación y el intercambio de conocimiento entre los distintos sectores, y facilitando la validación y autorización de los mismos”.
Es crucial que la comunidad científica y nuestros representantes políticos defiendan con autoridad el papel fundamental de estas investigaciones, como lo hizo en su comunicado la Comisión Europea, y repudien públicamente ciertas acciones al borde de la legalidad. De no ser así, la creciente oratoria procedente de círculos ajenos a la investigación conseguirá progresivamente la decadencia de importantes investigaciones en biología y medicina. Desafortunadamente, esto no es ciencia ficción y ya está sucediendo en algunos países en Europa. Nikos Logothetis, director del Centro de Investigaciones Cibernéticas de Tubinga en Alemania y que investigaba en monos acerca de interfaces cerebro-ordenador para el control de prótesis, anunció hace poco su intención de interrumpir esta línea de investigación por la desmesurada presión mediática resultado de un vídeo encubierto por parte de activistas alemanes.
Durante la transposición de la Directiva Europea 2010/63 a las leyes nacionales italianas, ciertos sectores con marcadas opiniones sobre este debate introdujeron medidas extraordinarias tan restrictivas que actualmente impiden el desarrollo de importantes investigaciones sobre cáncer o el desarrollo de tratamientos contra adicciones. La Fundación Holandesa del Corazón ha tenido que detener un proyecto de investigación internacional en Maastricht debido a la mala cobertura mediática como resultado de la presión por parte de grupos en contra de la investigación con animales. El proyecto estaba dirigido a mejorar el funcionamiento de los marcapasos convencionales y se requerían pruebas en perros por el similar tamaño y conectividad de su corazón con el de humanos. Llegados a este punto hay que preguntarse: ¿cuánto más vamos a ceder a presiones antes de que causemos un daño irreparable al avance en biomedicina que repercuta directamente en el cuidado de la salud tanto de humanos como de animales?
Invito a ser cautelosos si queremos conservar nuestros estándares y calidad de vida, si queremos avanzar en encontrar curas para problemas médicos aún sin tratamiento como el alzhéimer o el párkinson o enfermedades infecciosas actuales como el ébola. Los grupos que se oponen a este tipo de prácticas científicas consiguen adeptos a base de explotar su derecho a manifestarse pacíficamente —aunque sea boicoteando directamente centros de investigación e investigadores—, a expresar públicamente cualquier opinión —aunque estén exentas de justificación científica—, o a través de publicitar y manipular datos científicos de carácter restringido refugiándose en el derecho civil a la libertad de información.
Es el deber y derecho de los ciudadanos y los representantes públicos informarse con rigurosidad sobre aquellos temas que puedan afectar nuestra salud y calidad de vida, la de personas queridas y conciudadanos o la de nuestros animales de compañía. Desde la Asociación Europea para la Investigación Animal (EARA, por sus siglas en inglés) ayudamos a centros de investigación a proporcionar información precisa y de calidad que responda a las preguntas de los ciudadanos, de los medios de comunicación y de representantes políticos acerca de cómo y por qué se usan animales en investigación y cuáles son los potenciales beneficios que se esperan de estos estudios.
FUENTE:ELPAIS
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