Ya sea con los Beatles, la Quinta sinfonía de Beethoven, o el desagradable 'pipipipí', el momento alarma es cruel. Ahí va el instinto primitivo de posponer el sonido maldito. Porque desde que los móviles cumplen la función despertadora, hay dos formas opuestas de abordar el momento: fijando el despertador a una hora exacta o avanzando ese momento en intervalos de 5 minutos durante la media hora previa, como ilustra el dibujo. ¿Aprovechar ese margen de gloria (5 minutos más, 10, 15…) tiene consecuencias para la salud?
En efecto, el botón snooze (el de retrasar la alarma) se ha vinculado, científicamente, a lo que se conoce como inercia del sueño. Esto es: un estado de somnolencia y desorientación que se produce cuando nos despertamos de forma abrupta tras un sueño profundo.
Es el mismo efecto que se produce tras una siesta larga. Según explica Juan José Ortega, vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño (SES), cuando descansamos más de la cuenta a media tarde, somos capaces de lograr un sueño profundo, pero el problema surge cuando se pasa al estado de vigilia sin tránsito, sin pasar por ciclos que nos preparan para despertarnos.
El especialista habla de las fases del sueño: “Cuando dormimos, lo habitual es que acabemos o completemos entre cuatro y seis ciclos por la noche. En la madrugada está la fase REM, y tenemos una densidad del sueño mayor. Cuando nos despertamos, lo hacemos en el último ciclo REM o en un estado de sueño más superficial”, expone el especialista.
El ritmo circadiano, el reloj biológico, puede verse alterado por la práctica de retrasar la alarma, porque estamos engañando de alguna manera el despertador interno. “Nuestro organismo se prepara para despertarse dos horas antes de la hora. Primero, se alcanza el pico más bajo de temperatura corporal; luego desciende la melatonina hasta el nivel más bajo, que pasa a las ocho de la mañana, y sube el cortisol”, apunta el doctor Ortega.
En definitiva, si tocamos ese despertador interno que va a preparar a nuestro cuerpo para la actividad, aunque sea en los últimos minutos, su cuerpo lo notará (para mal). Robert S. Rosenberg, director médico del Centro de Trastornos del Sueño en Prescott Valley (Arizona), explica en su página web de consultas que hay dos efectos negativos en este hecho: “Por un lado, se está fragmentando un sueño adicional, que acaba siendo de poca calidad. Por otro, se incita al cuerpo a entrar en un nuevo ciclo del sueño sin tiempo suficiente para completarlo [se despierta y se vuelve a dormir para despertarse 5 minutos después]. Por ello, esto puede ocasionar somnolencia persistente durante el día”.
El doctor Rosenberg describe el estado de alguien que ha jugado más de la cuenta con la alarma del despertador del móvil: "Se ralentiza su capacidad para tomar decisiones; hay un deterioro en la memoria y, en general, se ve perjudicado su rendimiento". Asegura que el café y la ducha fría pueden no acabar con el letargo, que no se abandonará, como pronto, "hasta pasada hora y media".
Es el mismo efecto que se produce tras una siesta larga. Según explica Juan José Ortega, vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño (SES), cuando descansamos más de la cuenta a media tarde, somos capaces de lograr un sueño profundo, pero el problema surge cuando se pasa al estado de vigilia sin tránsito, sin pasar por ciclos que nos preparan para despertarnos.
El especialista habla de las fases del sueño: “Cuando dormimos, lo habitual es que acabemos o completemos entre cuatro y seis ciclos por la noche. En la madrugada está la fase REM, y tenemos una densidad del sueño mayor. Cuando nos despertamos, lo hacemos en el último ciclo REM o en un estado de sueño más superficial”, expone el especialista.
El ritmo circadiano, el reloj biológico, puede verse alterado por la práctica de retrasar la alarma, porque estamos engañando de alguna manera el despertador interno. “Nuestro organismo se prepara para despertarse dos horas antes de la hora. Primero, se alcanza el pico más bajo de temperatura corporal; luego desciende la melatonina hasta el nivel más bajo, que pasa a las ocho de la mañana, y sube el cortisol”, apunta el doctor Ortega.
En definitiva, si tocamos ese despertador interno que va a preparar a nuestro cuerpo para la actividad, aunque sea en los últimos minutos, su cuerpo lo notará (para mal). Robert S. Rosenberg, director médico del Centro de Trastornos del Sueño en Prescott Valley (Arizona), explica en su página web de consultas que hay dos efectos negativos en este hecho: “Por un lado, se está fragmentando un sueño adicional, que acaba siendo de poca calidad. Por otro, se incita al cuerpo a entrar en un nuevo ciclo del sueño sin tiempo suficiente para completarlo [se despierta y se vuelve a dormir para despertarse 5 minutos después]. Por ello, esto puede ocasionar somnolencia persistente durante el día”.
El doctor Rosenberg describe el estado de alguien que ha jugado más de la cuenta con la alarma del despertador del móvil: "Se ralentiza su capacidad para tomar decisiones; hay un deterioro en la memoria y, en general, se ve perjudicado su rendimiento". Asegura que el café y la ducha fría pueden no acabar con el letargo, que no se abandonará, como pronto, "hasta pasada hora y media".
Fuente: El País
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