Para Connie Chipkar, la edad biológica parece haberse detenido subrepticiamente en la quinta década de su vida; los ritmos suaves y pausados con los que regularmente mece su cuerpo en el parque de práctica de chikun, parecen orquestar de igual modo, el movimiento de hormonas, proteínas, y demás grupos moleculares que sostienen el ciclo vital de cada una de sus células.
Su metabolismo enlentece, pero no del mismo modo en que lo hace el de una persona en el ocaso de su vida: sus células adquieren cada vez más energía y juventud, revirtiendo hasta un grado realmente asombroso el proceso natural de envejecimiento. De cierto modo, Connie alberga dentro de su cuerpo, uno de los más grandes y místicos secretos que la medicina moderna y la humanidad ponderan desde tiempos remotos: la clave de la juventud eterna.
Suponiendo que pudiéramos aplicar las 24 horas de un día a las diferentes etapas del ciclo vital de una célula, podríamos observar que la división de ésta se produce en, aproximadamente, las 6:00 de la mañana; su juventud transcurriría entre las 8:00 y 10:00 am, y su apogeo en tamaño y fuerza vital sería alcanzado cerca de las doce del mediodía.
A partir de este punto la célula solo puede declinar en sus funciones, hasta completar un nuevo ciclo de vida dividiéndose otra vez. El ciclo parece limpio y perfecto, y sobre nuestros genes tampoco se han hallado hasta el momento, instrucciones explicitas que digan a nuestro organismo, que 80, 100 o 120 años, es el límite hasta el cual puede prolongar su existencia.
Las divisiones celulares no son infinitas: con cada nueva célula que nace, los telómeros ( porción terminal de nuestros genes) van acortándose un poco. Es decir, cada célula hija tendrá telómeros más cortos que su madre y más largos que su futura hija. De este modo, a un determinado número de mitosis, los genes se tornan más cortos y pierden su funcionalidad, parcial o totalmente; a su vez, el organismo se autoerosiona con los denominados “radicales libres”, partículas producidas por la química corporal, que literalmente “comen” las paredes de las células sanas.
En resumen, nuestros genes no programan a nuestro cuerpo para la muerte, pero dos factores internos provocan nuestro envejecimiento natural; mitosis imperfectas y radicales libres.
Su metabolismo enlentece, pero no del mismo modo en que lo hace el de una persona en el ocaso de su vida: sus células adquieren cada vez más energía y juventud, revirtiendo hasta un grado realmente asombroso el proceso natural de envejecimiento. De cierto modo, Connie alberga dentro de su cuerpo, uno de los más grandes y místicos secretos que la medicina moderna y la humanidad ponderan desde tiempos remotos: la clave de la juventud eterna.
A partir de este punto la célula solo puede declinar en sus funciones, hasta completar un nuevo ciclo de vida dividiéndose otra vez. El ciclo parece limpio y perfecto, y sobre nuestros genes tampoco se han hallado hasta el momento, instrucciones explicitas que digan a nuestro organismo, que 80, 100 o 120 años, es el límite hasta el cual puede prolongar su existencia.
Fuente: LA GRAN ÉPOCA
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por comentar. Te rogamos que seas preciso y educado en tus comentarios.