La galaxia más brillante que ocupa el centro de esta imagen tomada por el Telescopio Espacial Hubble es NGC 4889 y en su interior oculta un secreto descomunal. Situada a 300 millones de años luz, en el cúmulo de galaxias de Coma, contiene el quinto mayor agujero negro que se conoce. Ese monstruo cósmico tiene 21.000 millones de veces la masa del Sol y domina un horizonte de sucesos, el espacio desde el que ni siquiera la luz puede escapar a su tirón gravitatorio, con un diámetro de 130.000 millones de kilómetros.
Según explicaban esta semana la NASA y la Agencia Espacial Europea en una nota de prensa, si estuviese en nuestro sistema solar, el agujero negro ocuparía un espacio 15 veces mayor que la órbita de Neptuno alrededor del Sol. En comparación, Sagitario A, el superagujero negro que ocupa el centro de la Vía Láctea, tiene una masa estimada de 4.000 millones de veces la masa solar y un horizonte de sucesos menor que la órbita de Mercurio.
Pese a su amenazadora presencia, los tiempos más violentos de este agujero negro ya han pasado. Hace millones de años, devoraba grandes cantidades de estrellas y polvo cósmico formando un gigantesco disco de acreción que giraba a toda velocidad arrastrado por el inmenso poder gravitatorio del agujero que calentaba hasta millones de grados toda aquella materia. Durante aquel periodo, en el que el habitante del centro de NGC 4889 produciría gigantescos chorros ultraenergéticos de material desde su interior, el agujero negro de la imagen habría sido clasificado como un cuásar, un tipo de objetos sobre los que aún se conoce poco.
Ahora, pasada su juventud, el gran agujero negro ha saciado su voracidad y a su alrededor, aprovechando los restos de materia escupidos por la bestia, se forman estrellas que lo orbitan plácidamente.
Observar un agujero negro de forma directa no es posible con observatorios de ondas electromagnéticas, porque ni la luz escapa de su atracción gravitatoria. Sin embargo, los científicos son capaces de estimar su masa de forma indirecta a partir de la medición de la velocidad a la que se mueven las estrellas que orbitan el centro de NGC 4889. La elevada velocidad de estos objetos sugiere que algo muy masivo las impulsa desde el interior de la galaxia. Ahora, con la nueva capacidad para detectar ondas gravitacionales, los astrónomos cuentan con una herramienta para tener información directa de estos grandes objetos.
FUENTE:http://elpais.com/elpais/2016/02/19/ciencia/1455897147_750561.html
Según explicaban esta semana la NASA y la Agencia Espacial Europea en una nota de prensa, si estuviese en nuestro sistema solar, el agujero negro ocuparía un espacio 15 veces mayor que la órbita de Neptuno alrededor del Sol. En comparación, Sagitario A, el superagujero negro que ocupa el centro de la Vía Láctea, tiene una masa estimada de 4.000 millones de veces la masa solar y un horizonte de sucesos menor que la órbita de Mercurio.
Pese a su amenazadora presencia, los tiempos más violentos de este agujero negro ya han pasado. Hace millones de años, devoraba grandes cantidades de estrellas y polvo cósmico formando un gigantesco disco de acreción que giraba a toda velocidad arrastrado por el inmenso poder gravitatorio del agujero que calentaba hasta millones de grados toda aquella materia. Durante aquel periodo, en el que el habitante del centro de NGC 4889 produciría gigantescos chorros ultraenergéticos de material desde su interior, el agujero negro de la imagen habría sido clasificado como un cuásar, un tipo de objetos sobre los que aún se conoce poco.
Ahora, pasada su juventud, el gran agujero negro ha saciado su voracidad y a su alrededor, aprovechando los restos de materia escupidos por la bestia, se forman estrellas que lo orbitan plácidamente.
Observar un agujero negro de forma directa no es posible con observatorios de ondas electromagnéticas, porque ni la luz escapa de su atracción gravitatoria. Sin embargo, los científicos son capaces de estimar su masa de forma indirecta a partir de la medición de la velocidad a la que se mueven las estrellas que orbitan el centro de NGC 4889. La elevada velocidad de estos objetos sugiere que algo muy masivo las impulsa desde el interior de la galaxia. Ahora, con la nueva capacidad para detectar ondas gravitacionales, los astrónomos cuentan con una herramienta para tener información directa de estos grandes objetos.
FUENTE:http://elpais.com/elpais/2016/02/19/ciencia/1455897147_750561.html
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