El dolor es una herramienta que utiliza el sistema nervioso central para proteger al individuo, una
señal de alarma que desencadena una serie de mecanismos para evitar o limitar lesiones y daños.
Los robots no están dotados de esta herramienta. Por un lado, esto es una ventaja porque podemos asignarles tareas peligrosas o llevarlos a lugares donde una persona se haría daño. Sin embargo, por otro lado están expuestos a sufrir o provocar daños y no cuentan con ningún mecanismo que les ayuda a protegerse a sí mismos o a evitar lesionar a las personas.
Los robots no están dotados de esta herramienta. Por un lado, esto es una ventaja porque podemos asignarles tareas peligrosas o llevarlos a lugares donde una persona se haría daño. Sin embargo, por otro lado están expuestos a sufrir o provocar daños y no cuentan con ningún mecanismo que les ayuda a protegerse a sí mismos o a evitar lesionar a las personas.
Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad Leibniz de Hannover (Alemania) ha desarrollado un sistema nervioso central artificial que permite que las máquinas puedan aprender lo que es el dolor. Esto les ayuda a salvaguardar su integridad o evitar hacer daño a las personas que están a su alrededor.
Estos científicos han diseñado un controlador que imita la sensación de dolor y lo han instalado en el sensor de un dedo de un brazo robótico. Basándose en la piel humana, han elaborado un modelo de tejido nervioso robótico que determina cuánto dolor debe sentir la máquina como respuesta a diferentes niveles de fuerza.
En caso de que se aplique una fuerza suficiente, las señales de dolor se transmiten en señales repetitivas y el sistema nervioso central artificial clasifica los datos en categorías, dividiéndolos en dolor leve, moderado o grave.
Si el dolor es leve, el brazo robótico se muestra incómodo y se retrae lentamente hasta que el peligro haya desaparecido. Ante una señal moderada, la máquina se retira con mayor rapidez y se aleja a una distancia mayor. En caso de que el dolor sea grave, significa que el robot puede estar roto y necesita ser reparado, por lo que solicitará la ayuda de un operario y adoptará un comportamiento pasivo para no dañar a las personas ni a sí mismo.
Estos científicos han diseñado un controlador que imita la sensación de dolor y lo han instalado en el sensor de un dedo de un brazo robótico. Basándose en la piel humana, han elaborado un modelo de tejido nervioso robótico que determina cuánto dolor debe sentir la máquina como respuesta a diferentes niveles de fuerza.
En caso de que se aplique una fuerza suficiente, las señales de dolor se transmiten en señales repetitivas y el sistema nervioso central artificial clasifica los datos en categorías, dividiéndolos en dolor leve, moderado o grave.
Si el dolor es leve, el brazo robótico se muestra incómodo y se retrae lentamente hasta que el peligro haya desaparecido. Ante una señal moderada, la máquina se retira con mayor rapidez y se aleja a una distancia mayor. En caso de que el dolor sea grave, significa que el robot puede estar roto y necesita ser reparado, por lo que solicitará la ayuda de un operario y adoptará un comportamiento pasivo para no dañar a las personas ni a sí mismo.
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