Recientemente ha tenido lugar en Marruecos un hallazgo que aclara varios asuntos de la paleontología: cómo se movían y qué comían algunos trilobites, uno de los fósiles más conocidos y abundantes, con unas 20.000 especies conocidas.
La historia del descubrimiento comenzó en 2014, cuando Juan Carlos Gutiérrez-Marco encontró a un comerciante que vendía unos trilobites muy extraños en un mercadillo de la aldea de Taychout. “Estaban muy mal preparados, pero tenían conservado parte del buche y el tubo digestivo”, explica el geólogo del Instituto de Geociencias (UCM-CSIC), en Madrid. Aquello era algo increíble, ya que normalmente estos fósiles solo conservan el caparazón. Con el paso del tiempo el científico cogió tal confianza con el vendedor que este le llevó al lugar de donde había sacado dichos fósiles.
De esta manera el equipo encontró la Biota de Fezouata, lugar en el que se encuentran numerosos fósiles de artrópodos gigantes, trilobites y otros muchos organismos pertenecientes a los océanos de la era Paleozoica. En las piedras de Fezouata también había plancton marino cuyo análisis permitió ponerle fecha al yacimiento, 478 millones de años.
Esta semana, Gutiérrez-Marco ha descrito junto a otros compañeros tres trilobites que quedaron fosilizados con todas sus extremidades y el sistema digestivo al completo. Son los primeros que se encuentran en África tan bien preservados y unos de los pocos ejemplos en todo el mundo. “Sólo se conocen una docena de trilobites así de bien conservados y pensamos que estos son los más grandes de todos ellos”, asegura Gutiérrez-Marco.
El Megistaspis hammondi era una especie de frankenstein. Las patas de la parte superior tienen espinas, mientras que las que usaba para moverse son lisas, una mezcla nunca vista según sus descubridores. Los investigadores creen que esta especie dejaba una huella en el fondo marino que encaja con la Cruziana rugosa, otro fósil muy conocido. “Se descubrieron en el siglo XVIII y se pensó al principio que se trataba de algas marinas, mientras otros aseguraban que eran las huellas de un animal”, explica el geólogo, aunque no se ha identificado cuál. El hammondi caminaría agachando la cabeza, excavando con sus patas espinosas y dejando dos hileras de arañazos paralelos que se aprecian en las huellas fósiles. “Esta es una de las grandes polémicas de la historia de la paleontología y ahora tenemos un candidato a resolverla”, asegura Gutiérrez-Marco.
Fuente: EL PAÍS
La historia del descubrimiento comenzó en 2014, cuando Juan Carlos Gutiérrez-Marco encontró a un comerciante que vendía unos trilobites muy extraños en un mercadillo de la aldea de Taychout. “Estaban muy mal preparados, pero tenían conservado parte del buche y el tubo digestivo”, explica el geólogo del Instituto de Geociencias (UCM-CSIC), en Madrid. Aquello era algo increíble, ya que normalmente estos fósiles solo conservan el caparazón. Con el paso del tiempo el científico cogió tal confianza con el vendedor que este le llevó al lugar de donde había sacado dichos fósiles.
De esta manera el equipo encontró la Biota de Fezouata, lugar en el que se encuentran numerosos fósiles de artrópodos gigantes, trilobites y otros muchos organismos pertenecientes a los océanos de la era Paleozoica. En las piedras de Fezouata también había plancton marino cuyo análisis permitió ponerle fecha al yacimiento, 478 millones de años.
Esta semana, Gutiérrez-Marco ha descrito junto a otros compañeros tres trilobites que quedaron fosilizados con todas sus extremidades y el sistema digestivo al completo. Son los primeros que se encuentran en África tan bien preservados y unos de los pocos ejemplos en todo el mundo. “Sólo se conocen una docena de trilobites así de bien conservados y pensamos que estos son los más grandes de todos ellos”, asegura Gutiérrez-Marco.
El Megistaspis hammondi era una especie de frankenstein. Las patas de la parte superior tienen espinas, mientras que las que usaba para moverse son lisas, una mezcla nunca vista según sus descubridores. Los investigadores creen que esta especie dejaba una huella en el fondo marino que encaja con la Cruziana rugosa, otro fósil muy conocido. “Se descubrieron en el siglo XVIII y se pensó al principio que se trataba de algas marinas, mientras otros aseguraban que eran las huellas de un animal”, explica el geólogo, aunque no se ha identificado cuál. El hammondi caminaría agachando la cabeza, excavando con sus patas espinosas y dejando dos hileras de arañazos paralelos que se aprecian en las huellas fósiles. “Esta es una de las grandes polémicas de la historia de la paleontología y ahora tenemos un candidato a resolverla”, asegura Gutiérrez-Marco.
Fuente: EL PAÍS
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