Uno de los paraísos naturales de Europa esconde bajo sus aguas uno de los principales problemas ambientales del continente: el mar Mediterráneo es el ecosistema que sufre la mayor invasión biológica del planeta. Una reciente investigación realizada por la experta en biología marina Bella Galil, de la Universidad de Tel Aviv, cifra en 775 las especies invasoras en el Mediterráneo oriental. Un estudio anterior, liderado por Stelios Katsanevakis, investigador del Joint Research Center (JRC) de Ispra (Italia), menciona 1.000 especies en toda la extensión de ese mar.
Los más numerosos entre los invasores son los moluscos, con 211 especies. En los países como Egipto, Turquía e Israel, donde la principal vía de entrada es el Canal de Suez, también abundan los peces y crustáceos. En regiones con Francia y España, la acuicultura y las aguas de lastre de los barcos introducen especies de algas y mariscos. Las investigaciones indican que, debido al cambio climático, que ha elevado la temperatura del mar, y a la ampliación del Canal, esas especies se están expandiendo. Galil afirma que entre 1985 y 2016, el número de especies invasoras más que se duplicó. "Algunos ejemplos son unos peces típicos de Eritrea, como el Fistularia commersonii, que apareció por primera vez en España en 2007, y el pez león, una especie venenosa que se registró por primera vez en 2014", explica la científica, cuya investigación ha sido publicada recientemente en la revista Management of Biological Invasion.
En la cuenca del Mediterráneo se han descrito aproximadamente 17.000 especies, de las que cerca de 20% son endémicas —es decir, que no se encuentran en ningún otro sitio del planeta—, y la invasión amenaza esa biodiversidad. "Se generan problemas de competición, un cambio en la cadena alimentaria que puede llevar al desplazamiento de las especies nativas o incluso su extinción", señala Katasanevakis.
Uno de los casos que más ha llamado la atención de los científicos, según cuenta Galil, es el de los peces herbívoros Signatus rivulatos y Signatus luridus. Esas especies típicas del Mar Rojo han entrado en el Mediterráneo y están destruyendo comunidades de algas. Un estudio realizado a lo largo de 10.000 kilómetros en las costas de Grecia y Turquía ha demostrado que en las zonas de ampliación del Canal de Suez donde las algas eran abundantes, el número de esas especies vegetales se ha reducido un 65%, así como la biomasa bentónica (organismos que habitan el fondo del mar, como los arrecifes de corales) y la biodiversidad, que disminuyó un 40%.
"Las algas tienen una reproducción con muy poca capacidad de dispersión y los peces invasores eliminan toda esa capa vegetal. Prácticamente, convierten el fondo del mar en un desierto", explica Enrique Macpherson, profesor de investigación del Centro de Estudios Avanzados de Blanes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Macpherson afirma que el problema es más grave en el Mediterráneo oriental, ya que los peces que llegan a la parte occidental son especies comerciales y suelen ser pescados.
Los científicos coinciden en que es "muy complicado" controlar las especies invasoras que ya se han establecido en el ecosistema y que lo que se puede hacer es prevenir la entrada de otras nuevas. El Programa de la ONU para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) creó en 2003 un Plan de Acción para atajar el problema, pero Bella Galil denuncia que no se han tomado las medidas necesarias. "Han fracaso completamente en mitigar el problema", afirma la investigadora. El Programa tampoco ha actualizado su Plan de Acción: la versión de 2016 repite casi literalmente las medidas propuestas 13 años antes, centradas sobre todo en la colecta de datos. Hasta el momento, UNEP no ha contestado a las preguntas de EL PAÍS sobre el tema.
Posibles soluciones
Galil tiene esperanzas de que la Convención Internacional para el Control de Aguas de Lastre y Sedimentos de Embarcaciones, creada en el pasado septiembre por la Organización Marítima Internacional, pueda reducir la entrada de especies invasoras. La iniciativa de protección ambiental es el resultado de la cooperación entre científicos, empresas y organizaciones internacionales, y promete mitigar el impacto de las actividades comerciales en el Mediterráneo.
Sobre el Canal de Suez, algunos científicos, entre ellos Katsanevakis, han sugerido en los últimos años que se creara una barrera con agua dulce para evitar la entrada de invasores, pero la medida no se ha implementado. "Tenemos un problema científico con el Gobierno de Egipto, que se niega a debatir el problema", afirma el investigador. La idea es un intento de reproducir las condiciones del mar antes de la construcción del Canal: hasta 1966, había una barrera natural de agua con menor porcentaje de sal, lo que impedía la migración de especies de un lado a otro. Algunos colegas de Katsanevakis, como los investigadores Ana Cardoso y Konstatino Tsiamis, ambos expertos en biología marina en el JRC, señalan, sin embargo, que "sería muy complicado de hacer", ya que demandaría un gran proyecto de ingeniería. "Eso también tendría costes ambientales", afirman.
¿Hay otras alternativas? "Desafortunadamente, no tenemos una respuesta concreta", contesta Tsiamis. "Lo único que podemos hacer es monitorear, detectar las nuevas especies que llegan y seguir luchando contra un problema del que la sociedad no habla, porque está oculto bajo el mar", afirma Macpherson.
Galil tiene esperanzas de que la Convención Internacional para el Control de Aguas de Lastre y Sedimentos de Embarcaciones, creada en el pasado septiembre por la Organización Marítima Internacional, pueda reducir la entrada de especies invasoras. La iniciativa de protección ambiental es el resultado de la cooperación entre científicos, empresas y organizaciones internacionales, y promete mitigar el impacto de las actividades comerciales en el Mediterráneo.
Sobre el Canal de Suez, algunos científicos, entre ellos Katsanevakis, han sugerido en los últimos años que se creara una barrera con agua dulce para evitar la entrada de invasores, pero la medida no se ha implementado. "Tenemos un problema científico con el Gobierno de Egipto, que se niega a debatir el problema", afirma el investigador. La idea es un intento de reproducir las condiciones del mar antes de la construcción del Canal: hasta 1966, había una barrera natural de agua con menor porcentaje de sal, lo que impedía la migración de especies de un lado a otro. Algunos colegas de Katsanevakis, como los investigadores Ana Cardoso y Konstatino Tsiamis, ambos expertos en biología marina en el JRC, señalan, sin embargo, que "sería muy complicado de hacer", ya que demandaría un gran proyecto de ingeniería. "Eso también tendría costes ambientales", afirman.
¿Hay otras alternativas? "Desafortunadamente, no tenemos una respuesta concreta", contesta Tsiamis. "Lo único que podemos hacer es monitorear, detectar las nuevas especies que llegan y seguir luchando contra un problema del que la sociedad no habla, porque está oculto bajo el mar", afirma Macpherson.
Fuente: El País.
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