DAÑOS EN LA SALUD POR LA CONTAMINACIÓN LUMÍNICA SE TRANSMITEN A LA DESCENDENCIA

Las crías de hámsteres nacidas de padres cuyas noches no eran completamente oscuras sufren cambios en la actividad inmunitaria y hormonal. El alumbrado nocturno que ilumina las calles de nuestros vecindarios nos altera el sueño. Un efecto que es más notorio en las grandes ciudades y que puede provocar que no durmamos demasiado bien.

Y como el necesario descanso no ha sido lo bastante reparador, no sentimos cansados, somnolientos e irritables durante las horas del día. Pero cuidado: es posible que las consecuencias de este exceso de luz nocturna trasciendan nuestra propia salud. Y es que según un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio en Columbus (EE.UU.), los daños causados por la contaminación lumínica pueden acabar siendo transmitidos a la descendencia. O así sucede, cuando menos en modelos animales.

Concretamente, el estudio, publicado en la revista «Scientific Reports», muestra que las crías de hámster cuyos padres no ‘disfrutaron’ de un ciclo de horas diurnas y nocturnas normal antes de emparejarse tienen sistemas inmunitarios y endocrinos debilitados.

Como explica Yasmine Cisse, directora de la investigación, «nuestros resultados sugieren que las interrupciones en el ciclo circadiano pueden tener efectos de largo alcance sobre la descendencia, lo cual resulta muy preocupante».

Noches iluminadas

A día de hoy ya existen evidencias de que la exposición a la luz, aun tenue, durante las horas de oscuridad se asocia a distintos problemas de salud, algunos tan graves como la diabetes y el cáncer. Y no solo en el caso de los animales, sino también de los humanos. Un efecto negativo que podría potenciarse con el uso, cada vez más común, de tabletas, ordenadores, aparatos de televisión y teléfonos hasta altas horas de la noche.

Como indica Randy Nelson, co-autor de la investigación, «ahora, y por primera vez, hemos visto en nuestro trabajo con hámsteres que es posible que el daño no se limite únicamente a los individuos afectados, sino también a sus descendientes».

Para llevar a cabo el estudio, los autores partieron de la base de que las interrupciones en la actividad endocrina –o lo que es lo mismo, hormonal– provocadas por factores estresantes en ratones adultos pueden causar cambios tanto psicológicos como fisiológicos en la descendencia. Una evidencia constatada por infinidad de estudios que se suma al hecho de que estos animales adultos sufren un gran número de alteraciones endocrinas e inmunitarias cuando son expuestos a la luz durante el periodo nocturno.

Pero, ¿Cómo pueden pasarse estos efectos a la prole? Pues a través de los denominados cambios ‘epigenéticos’, es decir, alteraciones moleculares –por ejemplo, la adición de grupos ‘metilo’– que, si bien no alteran la secuencia del ADN, modifican la forma en la que se expresan los genes contenidos en este ADN.

En el estudio, los autores cogieron hámsteres adultos de ambos sexos y los expusieron durante nueve semanas a un ciclo natural de luz/oscuridad o a uno no ‘tan natural’ de luz/oscuridad con luz tenue. Así, y concluidas las nueve semanas, los animales fueron mezclados para procrear –siempre en condiciones normales de alternancia luz/oscuridad–, obteniéndose tres grupos diferenciados: parejas de hámsteres expuestos a un ciclo natural, parejas expuestas a la luz tenue nocturna, y parejas mixtas en las que un animal disfrutó del ciclo normal y el otro sufrió una luz perpetua.

Una vez llegaron las camadas, a las que se les ‘permitió’ crecer en un ciclo de luz/oscuridad normal, los autores evaluaron los posibles efectos de las alteraciones en el ciclo circadiano de sus padres. Y lo que observaron es que las crías nacidas de padres sometidos a una luz tenue perpetua presentaban una capacidad disminuida en la respuesta inmune, cambios en la actividad genética en el bazo y daños potenciales en el sistema endocrino.

Y llegados a este punto, ¿Qué sucedió con los descendientes de las parejas ‘mixtas’? Pues que también sufrieron alteraciones en la actividad de sus sistemas inmunes y endocrinos, si bien en menor medida que sus homónimos concebidos por padres privados de oscuridad. Es más; en este caso, las alteraciones fueron diferentes en función del sexo de la cría.

Como apunta Randy Nelson, «no se observó ningún problema durante el desarrollo fetal. Y es que los problemas llegaron en los espermatozoides y en los óvulos. Y si bien los efectos epigenéticos derivaron con mucha mayor frecuencia de las madres, también observamos cambios procedentes de los padres».

Coste, y no solo eléctrico

En definitiva, es muy posible que el exceso de luz nocturna tenga un coste. Y no solo sobre la factura de la luz, sino sobre nuestra salud. Y es que el bienestar de los seres humanos, como sucede con cualquier otro animal, requiere de un ciclo de vigilia y sueño saludable.

Como concluye Randy Nelson, «creo que la gente está empezando a aceptar que la contaminación lumínica es una contaminación seria y que tiene consecuencias para la salud muy significativas, caso de un incremento en el riesgo de desarrollo de tumores, depresión, enfermedad cardiovascular, diabetes y trastornos de ansiedad. Deberíamos preocuparnos por la exposición cada vez mayor a la luz procedente de nuestros televisores, tabletas y teléfonos durante la noche».

FUENTE: ABC

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