EL INMINENTE FIN DE LA MISIÓN DAWN

La sonda espacial Dawn fue lanzada por la NASA en 2007 con el propósito de comprender cómo tuvo lugar el amanecer del Sistema Solar, hace unos 4.600 millones de años. Once años después de su lanzamiento, Dawn ha conseguido superar todas las expectativas iniciales, investigando el asteroide Vesta y el planeta enano Ceres, dos cuerpos celestes del cinturón de asteroides que permanecen intactos desde la formación del Sistema Solar.

Entre mediados de septiembre y mediados de octubre de este año, cuando se agote su combustible de hidrazina (un compuesto químico altamente tóxico, tanto en nuestro planeta como en el espacio), la sonda ya no podrá comunicarse con la Tierra, pero permanecerá "en una órbita silenciosa alrededor de Ceres durante décadas", explica el Jet Propulsion Laboratory de la NASA en un comunicado reciente.

"Tanto el sistema de propulsión de iones como la hidrazina están plenamente operativos, pero ahora mismo no tenemos necesidad de usar el sistema de propulsión de iones. La hidrazina la usamos para controlar la orientación y la propulsión de iones para controlar hacia dónde va la nave espacial, que ahora mismo está justamente donde queremos que esté: Dawn permanecerá en una órbita elíptica alrededor de Ceres, con una altura variable que va desde los 35 hasta los 4.000 kilómetros. El tiempo de vida orbital es de más de 20 años y, con un grado muy alto de probabilidad, de más de 50 años", revela Marc Rayman, el director y el ingeniero jefe de la misión Dawn, a National Geographic España. Dawn permanecerá como "un monumento celestial inerte de la creatividad y del ingenio humanos", expresa Rayman en el comunicado de la NASA.

En 2011 y 2012, Dawn exploró el asteroide Vesta, de unos 4.500 millones de años, y descubrió que en la antigua superficie del hemisferio norte había experimentado unos impactos mucho mayores de lo que se creía, "lo que sugiere que, mucho tiempo atrás, había más objetos grandes en el cinturón de asteroides y que los planetesimales, el tipo de cuerpos pequeños que pudo evolucionar hasta convertirse en planetas, nacieron siendo grandes, en vez de ser creados mediante  bloques pequeños", comenta Julie Castillo-Rogez, científica del proyecto Dawn, a National Geographic España. "La superficie del hemisferio sur parece mucho más joven que la del hemisferio norte, que conserva un enorme registro de cráteres", añade. Por otro lado, Vesta conserva un enorme cráter de impacto denominado Rheasilvia, con unos 500 kilómetros de diámetro y una montaña central el doble de alta que el monte Everest.

Desde 2015 Dawn ha recogido información del planeta enano Ceres, un antiguo mundo océanico en cuyo cráter Ernutet, en el hemisferio norte, se han detectado compuestos orgánicos, aunque no se ha podido determinar si fueron formados por procesos biológicos como en la Tierra. "No, no hay evidencias de que Ceres fuera biológicamente activo en algún momento de su historia. Su entorno era tan diferente al de la Tierra (Ceres es mucho más pequeño que nuestro planeta y está hambriento de calor) que las teorías actuales sugieren que la vida no pudo surgir en su interior, a pesar de acoger una gruesa capa oceánica. Se ha detectado material orgánico por todo el Sistema Solar y meteoritos procedentes de mundos ricos en agua como Ceres muestran miles de estos componentes, pero sin evidencias de una actividad biológica pasada", señala Castillo-Rogez. Todos estos hallazgos refuerzan la idea de que los planetas enanos, no solamente las lunas heladas como Encélado y Europa, pudieron acoger océanos a lo largo de su historia, y potencialmente podrían seguir ahí: los análisis procedentes de Dawn sugieren que todavía habría líquido bajo la superficie de Ceres y que algunas regiones fueron geológicamente activas en un tiempo relativamente reciente.

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