El Homo sapiens, la especie a la que pertenecemos, coexistió durante miles de años en Europa y Asia con otra también inteligente y sofisticada. Eran los neandertales, de cuyo genoma todos, excepto los africanos, llevamos una pequeña parte como herencia. Estos parientes, que desaparecieron hace unos 40.000 años por causas aún desconocidas, son los más cercanos que jamás hayamos tenido. Su aspecto morfológico variaba del de cualquiera de nosotros. Eran robustos, fuertes, achaparrados... Su frente estaba inclinada hacia atrás y tenían grandes arcos supraorbitarios y una nariz exageradamente grande y ancha.
Ahora, un equipo de investigadores liderado por Asier Gómez-Olivencia, investigador en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y Ella Been, del Ono Academic College de Tel Aviv, han descubierto importantes diferencias anatómicas que distinguían a los neandertales. Gracias a la detallada reconstrucción virtual de la caja torácica más completa de uno de los suyos desenterrada hasta la fecha, los científicos han concluido que respiraban de forma diferente a la nuestra, con mayor intervención del diafragma, y que su capacidad pulmonar era superior. Además, el estudio desmiente el mito del neandertal cheposo y encorvado: su columna vertebral era más recta y estable, por lo que caminaban más erguidos que nosotros. Las conclusiones, fruto de un trabajo de más de diez años, aparecen publicadas este martes en la revista «Nature Communications».
Para crear su modelo de tórax 3D, los investigadores analizaron el esqueleto de un joven individuo llamado Kebara 2, descubierto en Monte Carmelo (Israel) y guardado actualmente en la Universidad de Tel Aviv. También conocido como Moisés, murió hace aproximadamente 60.000 años. Los restos no conservan el cráneo, que quizás fue retirado como consecuencia de un ritual funerario. En cambio, preservan todas las vértebras y las costillas, así como otras regiones anatómicas frágiles como la pelvis o el hueso hioides (situado en el cuello, donde se insertan algunos de los músculos de la lengua).
Tras su meticulosa reconstrucción, para la que escanearon cada una de las vértebras y todos los fragmentos de costillas, los investigadores pudieron confirmar las llamativas diferencias entre el tórax neandertal y el de un humano moderno. «Es más ancho en la parte inferior, lo que está relacionado con una pelvis también más ancha, y la posición de la columna vertebral, muy metida dentro del tórax, indica que es más estable», explica Gómez-Olivencia. Es decir, aunque la diferencia no era muy grande, caminaban más rectos que nosotros. Algunos investigadores creen que daban pasos más cortos y que la manera en la que se movían pudo suponer una ventaja en los terrenos abruptos.
Ahora, un equipo de investigadores liderado por Asier Gómez-Olivencia, investigador en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y Ella Been, del Ono Academic College de Tel Aviv, han descubierto importantes diferencias anatómicas que distinguían a los neandertales. Gracias a la detallada reconstrucción virtual de la caja torácica más completa de uno de los suyos desenterrada hasta la fecha, los científicos han concluido que respiraban de forma diferente a la nuestra, con mayor intervención del diafragma, y que su capacidad pulmonar era superior. Además, el estudio desmiente el mito del neandertal cheposo y encorvado: su columna vertebral era más recta y estable, por lo que caminaban más erguidos que nosotros. Las conclusiones, fruto de un trabajo de más de diez años, aparecen publicadas este martes en la revista «Nature Communications».
Para crear su modelo de tórax 3D, los investigadores analizaron el esqueleto de un joven individuo llamado Kebara 2, descubierto en Monte Carmelo (Israel) y guardado actualmente en la Universidad de Tel Aviv. También conocido como Moisés, murió hace aproximadamente 60.000 años. Los restos no conservan el cráneo, que quizás fue retirado como consecuencia de un ritual funerario. En cambio, preservan todas las vértebras y las costillas, así como otras regiones anatómicas frágiles como la pelvis o el hueso hioides (situado en el cuello, donde se insertan algunos de los músculos de la lengua).
Tras su meticulosa reconstrucción, para la que escanearon cada una de las vértebras y todos los fragmentos de costillas, los investigadores pudieron confirmar las llamativas diferencias entre el tórax neandertal y el de un humano moderno. «Es más ancho en la parte inferior, lo que está relacionado con una pelvis también más ancha, y la posición de la columna vertebral, muy metida dentro del tórax, indica que es más estable», explica Gómez-Olivencia. Es decir, aunque la diferencia no era muy grande, caminaban más rectos que nosotros. Algunos investigadores creen que daban pasos más cortos y que la manera en la que se movían pudo suponer una ventaja en los terrenos abruptos.
La forma del tórax y el hecho de que las costillas estén dispuestas de manera más horizontal sugiere que su respiración «dependía más del diafragma», mientras que en nuestra especie también son importantes las costillas. «Hacían lo mismo, pero de forma distinta», resume el investigador vasco. Todo indica que tenían mayor capacidad pulmonar, algo coherente con su cuerpo robusto. «Tenían más peso, más masa muscular y un cerebro más grande, por lo que necesitaban un aporte de oxígeno mayor para quemar calorías», argumenta Gómez-Olivencia.
Cómo se movían y respiraban los neandertales habría tenido un impacto directo en su capacidad para sobrevivr con los recursos disponibles. En un principio, estas condiciones podrían contemplarse como una ventaja, por ejemplo, en los entornos fríos, pero los neandertales sobrevivieron durante 200.000 años «tanto en ambientes helados en los que cazaban mamuts como en otros más cálidos en los que cazaban gacelas».
Nuestros parientes desaparecieron hace 40.000 años dejando numerosas y fascinantes incógnitas sobre quiénes eran, cómo vivían, cuáles eran sus capacidades cognitivas y qué o quiénes los borraron de la faz de la Tierra. «Si el Homo sapiens no llegó antes a Europa quizás fue porque estaba ocupada. Pero cuando lo hizo, las sucesivas oleadas migratorias pudieron suponer una presión demográfica muy grande que, unida a eventos climáticos, pudo acabar con ellos», comenta el investigador. Una lección que, concluye, deberíamos tener en cuenta como especie ante nuestro desprecio general ante las posibles consecuencias del cambio climático.
Fuente: ABC
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