FÓSILES DE UN ORANGUTÁN

Para los paleoantropólogos hay una serie de fósiles icónicos y uno es el Gigantopitecus blacki, un gran homínido de más de tres metros que habitó el sudeste asiático hasta hace 300.000 años. Los expertos no se ponían de acuerdo en si era un humano muy arcaico o si era algún tipo de simio. Que solo hubieran encontrado de él dientes, que se llegaron a vender como si fueran de dragón, y parte de mandíbulas, complicaba hallar la respuesta.

Ahora, investigadores del Instituto de Biología Evolutiva (IBE), un centro mixto de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona y del Globe Institute de la Universidad de Copenhague han logrado aclarar la posición del Gigantopithecus en la historia evolutiva de los homínidos clasificándolo como un orangután.

Lo han logrado al reconstruir las proteínas de un molar de, aproximadamente, dos millones de años de antigüedad encontrado en la cueva de Chuifeng, China. Esta nueva técnica supera a la del análisis de ADN antiguo y puede ayudar a investigar la evolución de los homínidos.

“Hasta ahora, todo lo que se sabía sobre esta especie se basaba en la morfología de los dientes y mandíbulas encontrados, propios de un herbívoro”, dice en un comunicado el profesor asociado Enrico Cappellini, investigador principal en la Universidad de Copenhague. “El análisis de las proteínas antiguas, o análisis paleoproteómico, nos ha permitido reconstruir la antiquísima historia evolutiva de este pariente lejano”.

Desde que fue descubierto en 1935, cuando el paleontólogo Ralph von Koenigswald identificó uno de los molares, la historia evolutiva no pudo avanzar debido a la falta de técnicas genéticas y moleculares disponibles. Esta nueva investigación, publicada hoy en Nature, ha logrado averiguar que el orangután arcaico se separó en la línea evolutiva de los orangutanes actuales hace entre unos 12 y 10 millones de años.

Según explica Tomás Marqués-Bonet, director del Instituto de Biología Evolutiva (IBE) y coautor de la investigación, el ancestro común entre orangutanes y humanos data de entre 14 y 16 años de antigüedad. El Gigantopithecus apareció por tanto justo al principio de la línea que dio lugar a los orangutanes. Por eso, según el autor era complicada su clasificación, porque se situaba muy cerca de esa separación.

Para llegar a este resultado los investigadores reconstruyeron múltiples proteínas a partir de cadenas de aminoácidos extraídas esmalte dental del molar encontrado. Fijándose en proteínas actuales pudieron saber a cuál de estas macromoléculas pertenecían las cadenas de aminoácidos que habían extraído.

Una vez identificadas, pudieron comparar las proteínas halladas en el molar con una base de datos de proteínas de homínidos para averiguar con qué especie estaban más relacionadas y cuánto habían cambiado con el paso de los años. “Está muy estudiado qué tipo de aminoácidos cambia en función del tiempo. El mérito aquí es haber extraído los aminoácidos del Gigantopithecus”, dice Marqués-Bonet.

En los últimos años el análisis del ADN ha revolucionado la investigación y la comprensión de la historia humana. Pero tiene un límite temporal máximo de 400.000 años como máximo, según dice Marqués-Bonet. “Con la técnica de la paleoproteómica podemos sacar aminoácidos de fósiles muchos más antiguos porque estas moléculas aguantan más en el tiempo que el ADN”, explica.

Pero para un fósil no es lo mismo pasar 2 millones de años en Siberia que en el sudeste asiático, avisa Marqués-Bonet. “La gracia es que este en concreto es del sudeste asiático”, dice el investigador. Ahí las condiciones de conservación no son para nada óptimas por lo que sería posible analizar fósiles mucho más antiguos si se hayan en ambientes con mejores condiciones ambientales.

Así, la nueva técnica empleada, además de resolver la historia evolutiva del extinto Gigantopithecus blacki a partir de un molar fósil, podría ser utilizada en el análisis de muchos otros restos antiguos, arrojando luz a la historia evolutiva y el origen de los homínidos.

“Va a abrir un camino en la investigación. Nos permitirá analizar sobre todo esas muestras de evolución humanas que han sido debatidas durante décadas”, concluye Marqués-Bonet.

Fuentes: La Vanguardia, Islaplad

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