HONGO CON MEMORIA


Un grupo de científicos descubre el mecanismo por el que el moho del limo (Physarum polycephalum); almacena recuerdos que le permiten recordar donde encontró comida. Nuestro sistema nervioso está compuesto por los nervios, la médula espinal y el cerebro. Gracias a este sistema podemos almacenar y recuperar información que nos ayudará a tomar decisiones basadas en experiencias previas. La capacidad de tener memoria siempre se ha vinculado a los animales complejos, sin embargo existe un organismo unicelular capaz de almacenar recuerdos de su entorno. 

 El moho del limo se considera la célula más grande del mundo e incluso aparece en el libro Guinness de los records. Esta célula tiene un gran cuerpo del cual parten tubos interconectados que se crean y destruyen según sea necesario formando redes complejas. Llama la atención su “inteligencia”, ya que que pueden resolver problemas como salir de un laberinto o encontrar el camino más corto entre dos puntos. A pesar de constar de una sola célula, parece que almacena información y la utiliza para tomar decisiones en el futuro.

En 2008, investigadores japoneses recibieron el premio Ig Nobel de ciencias cognitivas por demostrar la capacidad de este moho para resolver laberintos, en su trabajo publicado por la revista Nature en septiembre del año 2000. También conocido como hongo de muchas cabezas, Physarum polycephalum, es un organismo eucariota unicelular, es decir formado por una sola célula, con una intrincada y dinámica red de túbulos que conforman su esqueleto.

 De acuerdo con los experimentos realizados por Kramar y Alim, la estructura del moho se reorganiza en respuesta a una fuente de nutrientes cercana, con el objeto de migrar hacia ella. Ello modifica la jerarquía de la red y deja una suerte de marca que indica la localización del alimento. Las autoras postulan que la secreción de una molécula química en el lugar donde se halla el nutriente desencadenaría los cambios observados. El efecto se extendería por toda la red a medida que los flujos del citoplasma, el líquido gelatinoso que ocupa el interior celular, transportaran la molécula. Gracias a estas huellas, el microorganismo recordaría dónde encontró alimento en el pasado y «decidiría» la futura dirección de migración. Kramar y Alim destacan la sofisticada regulación de este mecanismo, aparentemente simple, que recuerda a la plasticidad de las sinapsis neuronales.

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