LOS GLÚCIDOS Y EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD ENCEFÁLICA

Tras concluir un estudio realizado por investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona, el University College of London y la Universidad de Sidney, los investigadores sostienen que el consumo de alimentos ricos en almidón fue primordial para la evolución de nuestra especie, la clave para que nos hiciéramos más inteligentes.

El motivo es simple: el cerebro requiere de una alta cantidad de energía y su principal combustible es la glucosa.

Un equipo multinacional de científicos procedentes de más de 40 instituciones y 13 países decidió estudiar la microbiota encontrada en fósiles de humanos modernos y neandertales. Este interés se debe a que nuestro microbioma oral ha evolucionado con nosotros a lo largo de millones de años y, por consiguiente, podría brindar ciertos indicios a cerca de la evolución de su alimentación a lo largo de los últimos cien mil años.

Como se publicaba en la revista especializada PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), estos investigadores han concluido en que es posible que nuestros antepasados comunes ya se hubiesen adaptado a la ingesta de grandes cantidades de almidón hace, al menos, 600.000 años. Este dato llama la atención, ya que coincide aproximadamente con el período en el que necesitaban de más glucosa, para poder satisfacer así una capacidad encefálica creciente.

Hasta el momento, el crecimiento de los cerebros de nuestros antepasados estaba atribuido principalmente a una serie de factores como la mejora de las herramientas líticas y la caza cooperativa. Esta nueva hipótesis plantea que, a medida que mejoraban la caza de animales y el procesamiento de la carne de sus presas, los humanos ingerían una dieta de mayor calidad. Esto significaba un mayor aporte energético, crucial para suplir las necesidades de unos cerebros cada día más grandes.

¿Puede la ingesta de carne por sí sola explicar este aporte extra de energía? La arqueóloga molecular Christina Warinner, investigadora de la Universidad de Harvard y del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, declaraba a la revista Science que “Para que los ancestros humanos tuvieran un cerebro más grande, necesitaban alimentos energéticos que contuviera glucosa, un componente que no se encuentra en la carne”.

Para probar que las bacterias orales rastrean los cambios en la dieta Warinner, estudiante de doctorado del Instituto Max Planck, junto con un extenso equipo de investigadores estudiaron las bacterias de la cavidad oral adheridas a los dientes de neandertales y humanos modernos que vivieron hasta hace 10.000 años, antes del desarrollo de la agricultura, chimpancés, gorilas y monos aulladores. A continuación las compararon con miles de fragmentos de ADN de bacterias muertas hace miles de años que todavía se conservan en los dientes de 124 individuos. Uno de estos ejemplares se trata de un neandertal que vivió hace 100.000 años en la cueva de Pešturina, en Serbia, del que se extrajo el genoma del microbioma oral más antiguo reconstruido hasta la fecha.

Hallaron que tanto humanos preagrícolas como neandertales presentaban en sus cavidades bucales un grupo inusual de bacterias del género Streptococcus, microorganismos que cuentan con una capacidad especial para unirse a la amilasa. La amilasa es una enzima que se encarga de romper moléculas de glúcidos complejos como el almidón. El hecho de que estos microorganismos se encuentren en los dientes de los neandertales y los primeros humanos modernos, pero no, por ejemplo, en los chimpancés, revela que aquellos ya ingerían alimentos ricos en almidón.

Un artículo de The Quarterly Review of Technology expone que una dieta rica en alimentos ricos en carbohidratos les dio a nuestros antepasados una importante ventaja evolutiva. De hecho, los humanos tenemos tres veces más copias del gen que crea las amilasas salivares que el resto de primates. 


Aunque el aporte extra de energía pudo venir dado por alimentos ricos en almidón, los investigadores proponen que la microbiota que se encarga de descomponer y transformar las moléculas de almidón en glucosas proviene de un ancestro común. Este habría existido hace más de unos 600.000 años, coincidiendo aproximadamente con el momento en que el tamaño del cerebro de nuestros ancestros creció significativamente hasta casi duplicar su tamaño.

Al empezar a cocinar los alimentos las amilasas salivares se habrían multiplicado como respuesta de nuestro organismo a las posibilidades abiertas por el uso del fuego, pues los tubérculos crudos son mucho más difíciles de procesar y transformar en azúcares utilizables.

Ratificando de esta manera la importancia de la cocina en la evolución humana, de acuerdo con el equipo liderado por la Dra. Karen Hardy, de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Fuentes: National Geographic, BBC

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