La toxina botulínica es una proteína, relativamente termolábil, soluble en agua, inodora, insípida e incolora, que se puede inactivar a altas temperaturas, con formaldehído o lejía, agua con jabón o con métodos usuales de potabilización del agua.
La primera aplicación clínica de infiltración local de toxina botulínica se realizó en 1977 como tratamiento corrector del estrabismo, desde entonces, su uso se ha extendido, no solo en el ámbito de la medicina sino también de la estética.
También se usa la toxina botulínica para tratar la incontinencia urinaria en los parapléjicos, con buenos resultados y la ventaja de tener que administrar la dosis cada seis o nueve meses.
Cada vez se desarrollan más aplicaciones clínicas de la toxina botulínica, como en la hiperhidrosis (sudoración excesiva) y en la sialorrea (excesiva formación de saliva).
La hiperhidrosis es un aumento de la sudoración de determinadas áreas del cuerpo, resultado de un incremento en la secreción de las glándulas sudoríparas y con la toxina botulínica se consigue relajar la actividad de las glándulas sudoríparas, disminuyendo así la aparición de sudor en las zonas tratadas, como pueden ser las axilas, manos y pies, se infiltran diferentes puntos de toxina, subcutáneamente, en la zona o zonas dónde se produce de forma excesiva el sudor, y el efecto total dura entre 7 y 10 meses, según el metabolismo de cada persona tratada.
La neurología es una de las especialidades médicas en la que la toxina botulínica aporta mayores beneficios terapéuticos, su uso se ha extendido para el tratamiento de la parálisis facial, trastornos musculares, ciertos temblores, rigidez y para el trastorno del movimiento que causa contracciones involuntarias de los músculos, llamado distonía.
Los dolores de cabeza, y en concreto las migrañas, aumentan en nuestra sociedad, por ello, la unidad de Neurología del equipo del Dr. Alberto Pérez de Vargas del Hospital Quirónsalud San José, es uno de los centros que ha puesto en práctica el tratamiento con toxina botulínica como analgésico en la migraña crónica, con muy buenos resultados.
La primera aplicación clínica de infiltración local de toxina botulínica se realizó en 1977 como tratamiento corrector del estrabismo, desde entonces, su uso se ha extendido, no solo en el ámbito de la medicina sino también de la estética.
También se usa la toxina botulínica para tratar la incontinencia urinaria en los parapléjicos, con buenos resultados y la ventaja de tener que administrar la dosis cada seis o nueve meses.
Cada vez se desarrollan más aplicaciones clínicas de la toxina botulínica, como en la hiperhidrosis (sudoración excesiva) y en la sialorrea (excesiva formación de saliva).
La hiperhidrosis es un aumento de la sudoración de determinadas áreas del cuerpo, resultado de un incremento en la secreción de las glándulas sudoríparas y con la toxina botulínica se consigue relajar la actividad de las glándulas sudoríparas, disminuyendo así la aparición de sudor en las zonas tratadas, como pueden ser las axilas, manos y pies, se infiltran diferentes puntos de toxina, subcutáneamente, en la zona o zonas dónde se produce de forma excesiva el sudor, y el efecto total dura entre 7 y 10 meses, según el metabolismo de cada persona tratada.
Los dolores de cabeza, y en concreto las migrañas, aumentan en nuestra sociedad, por ello, la unidad de Neurología del equipo del Dr. Alberto Pérez de Vargas del Hospital Quirónsalud San José, es uno de los centros que ha puesto en práctica el tratamiento con toxina botulínica como analgésico en la migraña crónica, con muy buenos resultados.
Se administra mediante infiltraciones en la musculatura pericraneal, sobre la frente, los lados y parte posterior de la cabeza y el cuello, la administración será de forma periódica cada 3 o 4 meses.
En definitiva, la utilización de la toxina botulínica ha supuesto un avance importante en muchos campos de la medicina, pero no es hasta finales del siglo XX cuando el bótox ha irrumpido como la gran revolución estética, que nadie reconoce usar.
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